lunes, 1 de octubre de 2012

Aragorn: Un sueño inesperado





Por Luis Mieres

Carlos estaba más que molesto, ¡estaba furioso! Cuando entró en la estación Chacaíto y bajó por las escaleras mecánicas hacia el subterráneo, le rechinaban los dientes a causa de la rabia, y poco faltó para que, en su mal genio, se llevara por delante a un hombre mayor que nada tenía que ver con su recorrido.

–Disculpe –murmuró el joven, sin siquiera mirar la cara indignada del viejo y apretando el paso atravesó el amplio pasillo de tiendas que daba hacia los torniquetes.

<<Tú estabas encargado>>, las palabras reverberaron en su mente, repitiéndose como un eco una y otra vez. Carlos pasó el torniquete, buscó la señalización que decía “Propatria” y tomó esa dirección para bajar hacia el andén. A las  7:00 de la noche la estación no estaba tan concurrida, por lo que el joven cocinero la encontró casi vacía. <<Tú estabas encargado>>

Le habían dolido las palabras de su jefe y aún recordaba el momento en la oficina cuando sucedió todo. Había tratado de defenderse, de explicarle al chef ejecutivo que él nada había tenido que ver con el mal servicio de aquel día, que no había sido su culpa que los pelmazos y vagos que tenía por compañeros de cocina no hubieran hecho nada; pero al final no le había salido ninguna palabra. Se tragó su orgullo con amargura y, sin decir nada, salió de la oficina como perro regañado.

Cuando hubo hecho todo el recorrido hacia Plaza Venezuela y cambió de línea para ir hacia “la Rinconada”, de pie en el andén esperando el tren se dio cuenta que, más que las palabras de su jefe, le había dolido más no haber tenido el valor para defenderse. Se había sentido como un cobarde y no había tenido la confianza suficiente para, al menos, suavizar el regaño a pesar de creer que estaba en lo correcto.

Carlos suspiró, mientras la ira iba diluyéndose poco a poco hasta convertirse en amargura y frustración. Entró en el vagón apenas llegó el tren y se echó sobre el primer asiento que vio antes de que la marabunta de gente que se agolpaba por entrar le arrastrara como un palillo que se lleva la corriente de un río. Se acomodó lo mejor que pudo y evitó ver los rostros de la gente; expresiones difuminadas de desidia, cansancio, estrés y demás sensaciones que eran tan cotidianas en aquellos que vivían en Caracas.

Necesitaba olvidarse de todo lo sucedido, y no había nada mejor para ello que leer un libro. Carlos abrió el bolso y rebuscó entre el contenido Las Dos Torres de J.R.R. Tolkien y comenzó a leerlo por donde lo había dejado la última vez. Sumergirse en ese mundo de fantasía le hizo olvidarse de sus problemas, y a medida que iba leyendo “El Abismo de Helm”, empezó a notar que las palabras iban volviéndose borrosas a medida que leía.Cuando se dio cuenta de que estaba cabeceando, metió un dedo entre las páginas para fijarla y se dejó llevar por el sueño…
*          *          *
–¿De dónde vendrá? –preguntó una voz.

- ¿Por qué viste tan extraño? –dijo otra.

Carlos abrió los ojos y lo primero que le extrañó fue que todo estuviera tan oscuro. <<Seguro se fue la luz en uno de los vagones>>, pensó con cierta molestia, pero desechó el pensamiento cuando sintió que no estaba sentado sobre un asiento, sino en una fría piedra.

–¡Ya despertó! –dijo una voz de mujer, muy vieja por la entonación. Varios murmullos se oyeron alrededor de Carlos pero la anciana los calló a todos y les dijo que le permitieran respirar–, ¡déjenlo levantarse!

Lo primero que Carlos vio fue que no estaba en el vagón y segundo estaba en una cueva, de cuyas paredes rocosas sobresalían vetas de minerales brillantes.

Cuando vio que estaba rodeado por un montón de viejos y jóvenes, mujeres y niños; todos con el pelo rubio pajizo y ojos de colores claros, las ropas andrajosas de campesinos y con expresiones de horror y miedo en las caras, supo con horror que le habían hecho un Secuestro Express.

–¿Dónde estoy? –preguntó Carlos con pavor en la voz– ¿Dónde carajos estoy?

Las congregación de refugiados –porque eso parecían– se miraron las caras, confusos y sorprendidos ante sus palabras. Carlos se fijó que los niños se ocultaban tras sus madres y los jóvenes parecían coger el suficiente valor para acercársele un poco y detallarle mejor; algunos incluso reían entre ellos después de verlo y cuchicheaban.

–Debió haberse golpeado la cabeza Helma –dijo una mujer–. Mira, no sabe lo que dice.

Helma, la anciana que había apartado al resto de alrededor de Carlos negó rotundo.

– No les hagas caso hijo –dijo Helma, aunque la expresión de su arrugado rostro no se suavizó–. Éstas en las cuevas subterráneas del abismo de Helm, y si yo fuera tú me pondría de pie de una vez e iría con el resto de los hombres a defender Cuernavilla: ¡Las huestes de Saruman están en camino!

–¿El abismo de Helm? ¿Las huestes de Saruman? –preguntó Carlos, más confundido todavía. Seguro que los secuestradores le habían drogado con burundanga o alguna droga más fuerte. Era imposible que estuviera en Cuernavilla, eso sólo estaba en los libros del El Señor de los Anillos, de JRR Tolkien.

Helma meneó la cabeza en negación y reiteró a sus comadres que definitivamente Carlos se había golpeado bienla cabeza, lo que provocó las risas de algunos de los presentes; el resto seguía demasiado asustados como para unirse. Pero a medida que Carlos detallaba bien a ese grupo de personas, comprendió con horror que no se equivocaban, y que no había sido víctima de un secuestro express. <<¡Estoy dentro del libro!>>.

Ayudado entonces por Theomar, el esposo de Helma, Carlos recorrió las cavernas del Abismo en dirección hacia la armería del castillo, pues según el anciano allí se estaban preparando los hombres del Rey y los Caballeros para la defensa de las murallas y la empalizada que rodeaban Cuernavilla.

A medida que Carlos iba recorriendo el sitio, seguía sin poder creer que estaba de verdad en el Abismo de Helm.¡Dentro del libro de Las Dos Torres! Seguramente estaba soñando, se pellizcó una y otra vez para asegurarse de que así era, pero el dolor le devolvió a la realidad, y de paso hizo que el anciano Theomar lo mirase como si estuviera loco de remate.

–Ustedes los hombres de Gondor tienen costumbres muy extrañas –dijo el viejo, quejumbroso.

<<¿Hombre de Gondor?>>, se preguntó Carlos recordando de súbito que tenía el pelo negro, los rasgos afilados y los ojos oscuros habituales de los hombres de Númenor. <<Será mejor aprovechar eso>>.

– ¿Cómo te llamas hijo?

Carlos pensó rápidamente un nombre:

–        Meneldil –masculló Carlos–, mi nombre es Meneldil –Theomar lo miró de arriba abajo pero hasta allí pareció terminar su inspección.

Una vez en la armería, que estaba abarrotada de hombres ataviados en armaduras con símbolos de caballos y llevando yelmos empenachados como las crines de los equinos, el anciano lo entregó a uno de los capitanes encargados y éste, después de inspeccionarlo bien y preguntarle de dónde había salido y por qué vestía así –<<vengo del sur>> le había dicho Carlos– le hizo entrega de una cota de malla muy pesada, casco y una lanza de doce varas.

Carlos se sentía estúpido pero sobre todo nervioso y asustado. A medida que iba poniéndose la cota de malla –viendo a otro joven hacerlo e imitándolo– trató de recordar qué sucedía en ese momento de la historia: <<vendrá una horda de orcos y hombres salvajes, atacaran las murallas e intentarán atravesarlas>>. Era un momento que, leído una y otra vez, le parecía increíble y emocionante, pero que sintiéndolo en carne propia ya no se lo parecía tanto. Se fijo en muchos de los hombres, ancianos y jóvenes que se preparaban para la lucha y se dio cuenta de que muchos ellos iban a morir defendiendo aquellas murallas: <<Pero a que costo>>

El capitán encargado hizo sonar un cuerno llamando a todos los presentes a salir hacia las murallas para que Gamelin, el hombre en jefe encargado de defender la empalizada bajo la Muralla Baja, los dispusiera de la mejor manera. Carlos se vio obligado a moverse entre aquella masa de hombres y caballeros que asustados y envalentonados al mismo tiempo salían de la armería para ir a defender Cuernavilla.

Al salir afuera, Carlos sintió el frío de la noche y la humedad que presagiaba la lluvia, aunque sabía de antemano que tronaría,  no pudo evitar maravillarse ante el espectáculo de enormes montañas negras a su izquierda bajo el manto de la noche y la luna asomándose brillante en el cielo estrellado. Era hermoso, y no pudo más que aplaudir mentalmente a Tolkien por el mundo que había creado, <<un mundo en el que estas ahora y en el que probablemente vas a morir>>, el pensamiento lo dejó aún más intranquilo.

Carlos se vio obligado entonces a ir hacia la Muralla Baja, dispuesto junto a muchos otros hombres para defenderlas en caso de ataque. En este punto el corazón se le aceleró bastante, pues sí mal no recordaba Eomer, el sobrino del Rey Theoden y Señor de la Marca, estaría junto a Aragorn, el futuro Rey de Gondor. Ambos guerreros eran famosos en esa saga de libros, sobre todo el último, a quien Carlos le tenía un aprecio enorme. Su padre le había dejado cuando él apenas era un niño, obligando a su madre a tener que salir sola pa’lante con él y sus otros hermanos. Cuando Carlos tuvo edad suficiente y se interesó en la lectura aparte de la Cocina. Justo cuando leía la saga de Tolkien encontró en el personaje de Aragorn el padre que había echado en falta; los valores y convicciones de aquel hombre, a pesar de ser ficticio, habían marcado su vida y le habían hecho seguir sus pasos.

Saber que aquel momento podía encontrarse con Aragorn hizo que sintiera más pavor y nervios que el hecho de verse envuelto en una batalla sanguinaria. <<Si esto es un sueño, al menos que pueda tener oportunidad para hablar con él>>.

Aragorn no tardó en aparecer momentos después, junto a Eomer; Carlos se dio cuenta de inmediato porque los hombres comenzaron a gritar con júbilo y renovadas esperanzas. Ambos hombres se tomaron su tiempo para hablar con los defensores, dándoles palabras alentadoras y animándolos. Fue allí cuando Carlos se acercó a Aragorn; un hombre delgado, oscuro y alto, de cabello negro largo y con algunas hebras canosas; de ojos que eran grises en un rostro pálido y severo.

–Maego banen Estel –saludó Carlos en élfico recordando algunas palabras. Sabía que no llamaría la completa atención de Aragorn si no hablaba en élfico, y si no lo llamaba “Esperanza”–. El que trae esperanzas a los hombres.

Aragorn se detuvo en seco al oír el nombre que le dieran de niño por ser el último heredero de Isildur. Carlos sintió como los ojos grises de aquel hombre lo atravesaban y miraban en su interior pero, luego de unos segundos eternos, Aragorn sonrió:

–Maego banen…
– Meneldil –respondió Carlos a la pregunta jamás realizada. Vio que el capitán de los Dunedain lo miraba más extrañado aún ante el nombre de Carlos, y volvió a sonreír.

–Temo que los cielos de esta noche no sientan mucho amor por nosotros Meneldil –dijo Aragorn, haciendo referencia al nombre escogido por Carlos que significaba “Amante de los Cielos” –, pero las estrellas serán testigo de que los hombres prevaleceremos.

Carlos se obligó a sonreír y al mismo tiempo pensar en alguna cosa que retuviera el mayor tiempo posible al hombre al que consideraba casi un padre.

–Espero tener el honor de, luego de la batalla, poder fumar un poco de hierba de la Comarca junto a usted, señor –eso arrancó una leve carcajada a Aragorn–. Y si es posible brindarle una pinta de cerveza.

–Todo dependerá del resultado de esta batalla Meneldil pero –dijo Aragorn–, si salimos victoriosos, entonces podrás venir con nosotros a Medusel, el palacio del Rey Theoden en Edoras, para celebrar juntos. Tienes mi palabra.

Carlos sonrió.

–Se que la situación no es apropiada pero –hizo una pausa, pensando bien lo que iba a preguntarle– muchas historias se cuentan sobre su andanzas por toda la Tierra Media, y en todas ellas siempre hay quienes claman haber oído de sus labios el nombre de Elendil como grito de guerra ¿Por qué lo admira tanto?

–Elendil fue un gran guerrero y un Rey sabio que siempre pensó en su gente antes que en él mismo. Lo admiro por el valor que tuvo para desafiar uniendo a hombres y a elfos, el poder del Señor Oscuro de Mordor, aunque la vida se le fue en ello.

–¿Y por qué no admiras a Isildur? Fue él quien cortó el dedo de Sauron y lo despojó del Anillo Único. Muchos cuentan que fue una gran proeza –a esta pregunta Aragorn negó rotundo y, le pareció a Carlos, se sintió ofendido.

–¡Ah! ¡Cuántas calamidades se habrían evitado de no ser por la ambición de Isildur! –exclamó Aragorn con el rostro turbado–. Hoy no estaríamos aquí si él hubiera lanzado el anillo a los fuegos candentes del Monte del Destino. Dijo habérselo quedado en compensación por la muerte de su padre, Elendil, pero eran las palabras que el anillo había puesto en su boca: ¡débil voluntad! Elendil no hubiera vacilado y hubiera puesto las necesidades de su pueblo antes que las suyas propias. Por eso grito su nombre cuando voy a la batalla, ¡prefiero honrar a aquel que murió luchando contra el mal que aquel que permitió a éste entrar la ambición de éste en su espíritu!

–¿Y qué te llevó a recorrer toda la Tierra Media? ¿Por qué esa decisión repentina?

A esta pregunta Aragorn pareció rememorar tiempos lejanos, tiempos que se dio cuenta Carlos fueron trascendentes para él.

–¡Ah Meneldil! ¡Tiempo ha pasado desde esos días lejanos! ¡Y aunque fueron días felices para mí, un dolor pesa en mi corazón cada vez que recuerdo el porqué de mi súbita partida!

Carlos se fijó al mirar alrededor que muchos de los hombres de Rohan apostados en la muralla escuchaban con atención a Aragorn; quizá dejándose llevar por sus historias con la idea de olvidarse por un momento que pronto iban a ser atacados.

–Me fui de Rivendel a los veinte años para convertirme en el decimo sexto capitán de los Dunedain y para poder vivir entre los míos –continuó el montaraz–. Sobre mi pesa una gran obligación para con mi gente, y comprendí que sí quería aspirar a… – pareció elegir bien sus palabras–…ayudarles, debía entender sus necesidades y sus problemas, sus costumbres. Por eso me lancé hacia lo salvaje visitando cada rincón de la Tierra Media.

Carlos sabía que aquella no era la única razón, pero decidió reservarse esa pregunta y decidió hacer otra para aligerar la conversación y para, de paso, intentar animar un poco al resto de los hombres.

–¿Te gusta la música? He oído que eres un buen cantante.

–¡Cante algo para nosotros! –pidió uno de los hombres de Rohan.

Entonces Aragorn, mirando a Carlos y viendo la suplica en sus ojos, no habló, pero entonando dulcemente dijo:

Las hojas eran largas, la hierba era verde,
las umbelas de los abetos altas y hermosas
y en el claro se vio una luz
de estrellas en la sombra centelleante.
Tinúviel bailaba allí,
a la música de una flauta invisible,
con una luz de estrellas en los cabellos
y en las vestiduras brillantes.

Allí llegó Beren desde los montes fríos
y anduvo extraviado entre las hojas
y donde rodaba el Río de los Elfos,
iba afligido a solas.
Espió entre las hojas del abeto
y vio maravillado unas flores de oro
sobre el manto y las mangas de la joven,
y el cabello la seguía como una sombra.

El encantamiento le reanimó los pies
condenados a errar por las colinas
y se precipitó, vigoroso y rápido,
a alcanzar los rayos de la luna.
Entre los bosques del país de los ellos
ella huyó levemente con pies que bailaban
y lo dejó a solas errando todavía
escuchando en la floresta callada.

Allí escuchó a menudo el sonido volante
de los pies tan ligeros como hojas de tilo
o la música que fluye bajo tierra
y gorjea en huecos ocultos.
Ahora yacen marchitas las hojas del abeto
y una por una suspirando
caen las hojas de las hayas
oscilando en el bosque de invierno.

La siguió siempre, caminando muy lejos;
las hojas de los años eran una alfombra espesa,
a la luz de la luna y a los rayos de las estrellas
que temblaban en los cielos helados.
El manto de la joven brillaba a la luz de la luna
mientras allá muy lejos en la cima
ella bailaba, llevando alrededor de los pies
una bruma de plata estremecida.

Cuando el invierno hubo pasado, ella volvió,
y como una alondra que sube y una lluvia que cae
y un agua que se funde en burbujas
su canto liberó la repentina primavera.
El vio brotar las flores de los elfos
a los pies de la joven, y curado otra vez
esperó que ella bailara y cantara
sobre los prados de hierbas.

De nuevo ella huyó, pero él vino rápidamente,
¡Tinúviel! ¡Tinúviel!
La llamó por su nombre élfico
y ella se detuvo entonces, escuchando.
Se quedó allí un instante
y la voz de él fue como un encantamiento,
y el destino cayó sobre Tinúviel
y centelleando se abandonó a sus brazos.

Mientras Beren la miraba a los ojos
entre las sombras de los cabellos
vio brillar allí en un espejo
la luz temblorosa de las estrellas.
Tinúviel la belleza élfica,
doncella inmortal de sabiduría élfica
lo envolvió con una sombría cabellera
y brazos de plata resplandeciente.

Larga fue la ruta que les trazó el destino
sobre montañas pedregosas, grises y frías,
por habitaciones de hierro y puertas de sombra
y florestas nocturnas sin mañana.
Los mares que separan se extendieron entre ellos
y sin embargo al fin de nuevo se encontraron
y en el bosque cantando sin tristeza
desaparecieron hace ya muchos años.

Aragorn dejó escapar una exhalación y luego le contó a los reunidos allí que aquella era un extracto de la canción de Beren y Luthien, que vivieron muchísimos años atrás, cuando la Tierra Media era joven. Carlos conocía bien la historia y haber oído esa canción no pudo hacer más que encender la chispa de su curiosidad, llevándole a preguntarle al montaraz cuál era su primer amor.

–La Estrella de la Tarde, Arwen Undomiel –respondió Aragorn, y su semblante se tornó nostálgico al tiempo que volvía su mirada hacia el noreste, la dirección donde se encontraba Rivendel, más allá de las Montañas Nubladas.

Carlos comprendió que, aunque sabía que su amor se consumaría al final de toda la historia, la extrañaba y la quería mucho. Su ausencia pesaba mucho en el espíritu de aquel hombre y gran líder.

Fue en ese momento cuando los cuernos de guerra de los orcos resonaron por todo el abismo de Helm. Los hombres comenzaron a prepararse y Eomer y su sequito de caballeros comenzó a moverse hacia las puertas de Cuernavilla. Aragorn iba a disponerse a seguirlos interrumpiendo la conversación que Carlos había logrado conseguir, pero se detuvo cuando éste le tomó por el hombro para hacerle una última y la más importante pregunta de todas las que necesitaba hacerle.

 –¿De dónde sacas valor Aragorn?

El montaraz, ya habiendo desenvainado su espada para disponerse a luchar, le puso la mano libre en el hombro a Carlos, contestándole:

 –¡Ah Meneldil! ¡Ningún hombre está exento de dudas! ¡Hasta aquel de cuyo futuro dependen tantas cosas vacila! Debes tener fe, Meneldil, y confianza en ti mismo, sólo así mostrarás el valor necesario para enfrentarte a tu destino –sus ojos grises horadaban en su corazón, cautivándolo.

Carlos vio una sonrisa en el rostro duro del montaraz, mientras sentía el leve apretón que pretendía darle confianza a sí mismo. El rostro de Aragorn fue difuminándose poco a poco, aunque Carlos nunca dejó de sentir el fuerte apretón de su mano en su hombro…

*          *          *

    –¡Despierta pana! ¡Ya llegamos a la Rinconada!, ¡tienes que salir del vagón!

Carlos se despertó de inmediato apenas sintió que lo zarandeaban por el hombro. Miró a su alrededor fijándose que, sin duda, ya estaba en La Rinconada y, parándose de inmediato salió del vagón.

Los últimos trazos de ese sueño tan vivido que había tenido seguían diluyéndose en su mantra de recuerdos a medida que subía las escaleras mecánicas junto al resto de usuarios de aquella hora. Notó que aún tenía Las Dos Torres en la mano y no pudo evitar sentir una rara sensación de familiaridad con el libro. A pesar de que todo había sido un sueño, las últimas palabras de Aragorn seguían reverberando en su mente:  <<Debes tener fe y confianza en ti mismo, sólo así mostrarás el valor necesario para enfrentarte a tu destino>>.


domingo, 24 de junio de 2012

El enigma de Amiens o cómo conversé con Julio Verne bebiendo Coca Cola


Por Carlos García

- ¡identificación por favor! – repetía por tercera vez el vigilante frente a mí.

No era que no escuchara aquella voz fuerte que repetía por tercera vez que le mostrara mi identificación, sino que de algún extraño modo me sentía ido, primero por el lugar donde estaba ingresando, el muy reconocido MIT (Massachusetts Institute of Technology), cuna de la ciencia y la tecnología de estos días. No puedo negarlo, el lugar me intimidaba, toda la protección que había presenciado en diferentes lugares donde había ido quedaban en pañales frente a todo el despliegue de seguridad del que estaba siendo testigo: cámaras, escáneres de retina, huellas dactilares y de temperatura,…

Pero eso no era el motivo de mi abstracción mental, no podía dejar de pensar en el porqué de estar allí. Hace poco más de un mes, recibí un muy inquietante correo electrónico de mi amigo Juan Cabello, quien era el único investigador venezolano trabajando en el MIT, trabajaba en el área de física cuántica y aunque por razones evidentes ya no manteníamos el mismo contacto de nuestros años de universidad, cada cierto tiempo nos escribíamos y manteníamos un contacto constante dentro de las circunstancias que nos rodeaban. En dicho correo hablaba Juan de un proyecto en el que estaba trabajando, que prácticamente consumía 24.9 horas de su día a día. No era un proyecto militar ni tampoco privado, y muchos gobiernos del mundo financiaban los fondos de dicho proyecto. Nunca quiso contarme de la naturaleza del mismo respondiendo mis preguntas al respecto con un "ya lo sabrás" que no hacía sino incrementar mi curiosidad. Siempre me abstraía en mis actividades después de un tiempo de leer sus correos cuando llegaba otro nuevo y nuevamente comenzaba a sentir ansiedad por saber qué hacia Juan y su equipo, debido en parte a que pese que elegí una carrera técnica, siempre ha estado en mí el ansia por la investigación.

El día 15 de marzo recibí el más inquietante de sus correos, el cual llevaba por asunto: “¡LO LOGRAMOS!”. Estupefacto leí su resumen sobre dicho proyecto: un dispositivo que podía manipular a destajo la curvatura tiempo-espacio logrando con ello traer en cuerpo y alma a cualquier persona del pasado. Me contó que de manera sorprendente la máquina no trabajaba con objetos, ya que después de muchas fallas lograron obtener la ecuación con la cual el alma humana, la conciencia, el ser interior, era el elemento que se requería para realizar el proceso completo. Debo ser honesto, lo primero que pensé al leer dichas palabras era que Juan se había vuelto loco, que tanta presión había pulverizado su cordura y que tal vez necesitaba una semana en Choroní, como en los viejos tiempos. Al responder mi mail, una retahíla de risas escritas eran el preámbulo de otra frase que me dejó mas desconcertado aún: "sabía que no me creerías, ya lo verás por ti mismo".

Y luego de un mes exacto de aquel correo, estoy siendo escaneado por los vigilantes del MIT para poder acceder al departamento de física cuántica donde trabaja Juan. Luego de varios papeleos, preguntas, requisas y malas caras, por fin me dan el acceso que requiero y logro acceder. Puedo ver a Juan a lo lejos y luego de un abrazo y los saludos de rigor, pasamos a su pequeña oficina.

- Disculpa que no salí a recibirte, hemos estado full con todo esto y no he tenido casi tiempo para otra cosa.
Su poblada barba, su olor corporal y su delgadez no hicieron sino corroborar lo que decía. Era evidente que estaba absorto en lo que fuera que estaría haciendo. Su oficina evidenciaba el escenario de alguien completamente concentrado: un montón de mapas de todo el mundo con lugares marcados, fotografías antiguas y nuevas de lugares antiguos, viejos libros apilados donde pudieran apilarse, sólo hicieron que mí ceño se frunciera más y más.

-Marico, me pediste que viniera desde Venezuela, me pagaste pasaje, estadía, me trajiste sin saber ni una pista del porqué, ahora que estamos frente a frente, ¿qué mierda estoy haciendo aquí y que tengo que ver con tu investigación?

-Cuando te escribí el mail donde te explicaba el proyecto –aquel que no me creíste-, era el primer resultado exitoso que teníamos, y el único hasta ahora. Entiendo que no me creyeras porque es algo que escapa a todo raciocinio humano, pero créeme, lo que logramos va a cambiar muchas de las concepciones que hasta ahora existen de temas como física e historia.

-Pues no has respondido mi pregunta, ¿qué tiene que ver conmigo?
Juan caminó hacia la ventana como queriendo dar más suspenso a la respuesta que estaba a punto de dar, lográndolo con creces, sonrió un poco y sin dejar de ver por la ventana como mirando a un nuevo horizonte que existirá después de responder mi pregunta, habló.

-Chamo, hemos traído a Julio Verne a nuestro tiempo.
Mi estado de estupefacción no era normal. Conocía demasiado a Juan para saber que no mentía, y dadas las circunstancias y las dificultades para estar allí, pues más seguridad me dio que no era mentira.

-Pero, ¿cómo? O sea, ¿cómo lo lograron?

-Dejaré que él mismo te lo explique, está esperando por ti en su cuarto.
Respondiendo mi pregunta, sólo quede con más dudas. Es cierto que soy el único  venezolano miembro de la sociedad Julio Verne en París, es cierto que mi tesis de doctorado estuvo basado en ciertas anotaciones que dejó en uno de sus libros inconclusos - Prodigieuse découverte et ses incalculables conséquences sur les destinées du monde-, que mantengo un blog con análisis de sus obras, ¿pero por qué yo?
Juan me explico que Verne llevaba ya un mes en el MIT, que se había familiarizado rápidamente con la tecnología actual y que en una oportunidad Juan le había hablado de mi admiración por él y mostrado algunos de mis trabajos analizando desde diferentes puntos de vista sus obras. Y al acercarse la fecha de una futura rueda de prensa que se dará para dar a conocer el proyecto, el mismo Verne había solicitado que fuese yo la primera persona con quien dar la noticia de su regreso en el tiempo. Casi me caigo cuando escuché dichas palabras.

-Como te dije, él mismo te explicará cómo lo trajimos al hoy en día, toma tu saco y vamos, allá está todo dispuesto.

Me costó levantarme de la silla, caminar fue más difícil aún. El solo hecho de encontrarme con alguien que regreso del pasado y que ese alguien fuese mi admirado Julio Verne dio para que todos mis nervios se activaran y mi piel se volviera de gallina.

-¡Cálmate marico! Así de asustado no podrás desempeñarte bien, además, Verne es un tipo amabilísimo, ya verás.

Luego de flanquear cualquier cantidad de barreras y puestos de seguridad, llegamos a la que era su habitación en el MIT. A pesar de la seguridad estricta del lugar, Juan me contó que Verne pidió específicamente un cuarto con una ventana muy grande, por lo que dispusieron una de las oficinas del antiguo rectorado como habitación para él. Al abrir la puerta me encontré con un panorama inimaginado: libros y mobiliario antiguo convivían plácidamente con artefactos de esta época, así ediciones antiquísimas de HG Wells reposaban junto a tres laptops de última generación, una lámpara de latón y cristal de opalina daba la luz que se reflejaba en un Sony Bravia de 48 pulgadas, una vieja tetera victoriana era la hermana menor de un muy grande horno de microondas, y así cientos de ejemplos que evidenciaban un grado de adaptación coherente para el tiempo actual y del que llegó.

-Verne no está, debe haber ido a caminar al campus, generalmente lo hace en las tardes, cuando no hay mucha gente en él.

Le pregunté angustiado como permitían eso, que si no temían que escapara o que lo secuestraran. Me explicó que Verne fue muy cooperativo desde el principio entendiendo a cabalidad su situación. Que al principio sí salía con escoltas. Pero que al ver que nada malo sucedía decidieron que no eran necesarios. En cuanto al secuestro, me dio la más clara de las respuestas: "Marico, ¿quién lo va a reconocer?, y si lo reconocieran, ¿quién creería que es realmente él?".

La puerta se abrió y un señor alto, de barba poblada pero finamente recortada, vestido con un traje gris y una bufanda negra entró y cerró la puerta. No cabía duda, era Verne, no un actor, no un imitador, para mí que conocía la verdad no me cupo duda al verlo, era Julio Gabriel Verne en persona frente a mí.

-Estimado John, el verde del pasto está delicioso para la vista, ¡es increíble como lo mantienen! -dijo en un 
inglés afrancesado y poco pulido-. Hablaba con Erik, uno de los jardineros quien amablemente me explico el proceso de siembra, riego y cuidado del pasto. Por su cara sé lo que preguntará, ya debería estar acostumbrado a mi respuesta, y es la misma, no, no le revelé mi identidad, para él sólo era un viejo profesor francés que no sabía nada de jardinería.

-Usted debe ser Monsieur Vetancourt, el famoso Carlos Vetancourt -me dijo mientras me tendía su mano para estrecharla, pareciéndome muy bizarro que el mismísimo Julio Verne me llamara famoso.

-Es un honor indescriptible Monsieur Verne, no tiene idea de lo que esto significa para mí.

-Pamplinas está exagerando -dijo mostrando una modestia muy genuina-, sólo soy alguien a quien la diosa fortuna sonrió e hizo feliz durante su vida.

-Los dejo, sé que tienen mucho de qué hablar -dijo Juan mientras estrechaba mi mano y luego la de Verne-, vendré en un par de horas para llevarte a la salida Carlos.

Dos horas era el tiempo que tenía para efectuar la entrevista más importante de la historia reciente. Ciento veinte minutos para indagar en una de las mentes más brillantes de los últimos 200 años. Siete mil doscientos segundos que se me hicieron cortos para todo lo que podía preguntarme y que por el factor sorpresa no pude permitirme.

-Siéntese Monsieur Vetancourt, relájese, se nota nervioso, no soy ni seré una amenaza más allá de la de aburrirlo con mi labia algo efervescente.

-Como podrá entender la primera pregunta es obligada: ¿Cómo llegó aquí?

-Jejejeje, no podía ser de otra manera Monsieur Vetancourt, déjeme explicarle. Los muy inteligentes científicos del MIT desarrollaron un dispositivo capaz de vencer las barreras del tiempo y el espacio. Según lo que me pudieron explicar dicho dispositivo altera no sólo la realidad en ambos ejes -tiempo y espacio- como las conocemos, sino que además le agrega un nuevo elemento que hace posible que gente como yo, que venimos del pasado, podamos literalmente saltar dicha barrera y crear un campo intrínseco que une el punto exacto del pasado de donde somos originarios con el punto del futuro de donde somos reclamados.
Me sorprendió la elocuencia científica y muy actualizada con que Verne me hablaba, no parecía alguien que viene del pasado remoto, sino un científico del presente.

-Jajajajaja, Monsieur Vetancourt, no es sino una habilidad tremenda para explicar los más recónditos misterios de la ciencia que tienen todos los integrantes de este proyecto y que se han dignado a la tarea de explicar cuanta pregunta he formulado para ellos. Déjeme proseguir si no le molesta.

-En absoluto, continúe Monsieur Verne.

-Como le iba diciendo, dicho dispositivo permite al equipo del proyecto traer de uno de los tantos pasados dimensionales que existen a alguien, pero para ello deben cumplirse ciertos requisitos, como saber exactamente la fecha, hora, minuto, segundo en lo que se refiere a tiempo; el lugar en coordenadas x,y,z en cuanto a localización, además de otro tipo de coordenadas que no podría explicarle yo ahorita; para que el dispositivo genere un mapa cuántico por el cual el equipo del proyecto pueda generar un portal espacio-tiempo por el cual pueden traer a una persona de algún pasado dimensional. Claro está que soy Julio Verne a mis cincuenta y cinco años -ya que se elaboró mi mapa cuántico para 1883- pero no soy el Julio Verne de este universo, soy un Verne de un universo y realidad paralela donde a esa edad y en esa fecha desaparecí, sólo que no fue que desaparecí sino que me trajeron por este medio, ¿logra entenderme Monsieur Vetancourt?

-Pues, se ha explicado muy bien Monsieur Verne, me sorprende mucho el nivel de conocimiento que tiene a pesar de no pertenecer a esta época.

-Es que llevo dos meses empapándome de todo cuanto he podido, gracias a la tecnología de su tiempo es posible que alguien como yo, totalmente ajeno a mucho de lo que me he encontrado, como interfaces entre 
sus ordenadores y alguien que prácticamente viene de la prehistoria, pueda perfectamente amoldarse a ellos y así poder investigar cualquier cosa en la vasta red de información que ustedes han creado y que veo se desperdicia de un modo que alguien como yo no puede sino alzar su voz de rechazo.

-Por sus palabras debo inferir que ha tenido contacto con tecnologías como Internet.

-Oh sí Monsieur Vetancourt, es apasionante ver cuánta información puede encontrarse tan fácilmente, he estado prácticamente actualizándome desde mi llegada, fíjese que mi inglés, que tanto me costó aprender en mi época es ahora más fluido y entendible y seguramente en pocas semanas estaré hablando perfectamente. Me ha interesado leer mucho acerca de historia, ciencia, tecnología, pero no entiendo como un vasto universo de información parece perderse entre tanta banalidad junta. En mi época los artistas eran muy poco conocidos, hoy en día todo el mundo parece girar en torno a ellos, es irónico.

-Ahora que menciona a la historia, la ciencia y la tecnología, ¿qué aspectos del siglo XX en esos tres temas le han llamado la atención o sorprendido?

-Comenzaré por la tecnología, eso del Internet es algo que humanamente hablando era imposible prever aún para mí; el que cualquier persona tenga acceso a ese cumulo de información es algo más que revolucionario, algo trascendental, creo que la gente de su tiempo aún está deslumbrada con su poderío y no ha encausado de forma idónea su potencial, ojalá suceda y no sucumba ante la vulgaridad. Para la ciencia escogería por supuesto la llegada del hombre a la luna. Cuando escribí De la Terre à la Lune lo escribí más como un ensayo de lo imposible que como un cuento que inspirara a la gente a cometer tal locura. Fue tanto el alboroto y la fama que llegó a alcanzar dicho libro que nadie se atrevió a cuestionar mi método, estando plagado de tantas inconsistencias y errores que ni yo mismo pude prever. Hoy en día, cuando leo el cómo fue lograda esa hazaña, mi relato queda como un cuento infantil, cuando en aquella época se logró tomar tan en serio que recibí miles de propuestas de todo el mundo para construir un cañón gigante con que poder lograrlo, lo cual sólo me da la certeza de que el ser humano en aras de alcanzar un sueño es capaz de considerar cualquier cosa por más inverosímil que sea para una lógica racional.

-¿Y en historia?

-La Segunda Guerra Mundial sin duda alguna, demostración fehaciente de que aún no estamos preparados para convivir en paz. Cuando vivía en el siglo XIX, lo más barbárico de lo que fuimos testigos aquellos que vivíamos en el mundo occidental era Napoleón y su campaña, como francés leí mucho acerca de Napoleón, algunos defendiéndolo y otros despotricando. Pero ni en mi más oscuro periodo de raciocinio pude prever que algo así sucediera. Es cierto que escribí Les cinq cents millions de la Bégum pensando en un hipotético imperio germánico, y que Herr Schultze tiene muchas similitudes con este señor Hitler, pero como le dije, no pude haber tenido un tino de cuanto horror puede causar un solo hombre y sus ideales. Ha sido espantoso descubrir hasta qué punto el alma humana puede corromperse tanto que seamos capaces de generar tanto odio y destrucción, eso de la mano de la tecnología es el castigo más nefasto que pudiera obtener la humanidad a cambio de los beneficios que esta le otorga. Si bien estuve consciente de eso durante mi vida madura, jamás pensé que mis peores presagios se traducirían en algo real.
En este punto noté a Verne cabizbajo, había leído que durante su etapa adulta y hasta el final de sus días profesó un dejo de desilusión ante la humanidad pensando que algún día los avances científicos pudieran ser la perdición para la humanidad, y aunque éste Verne no vivió hasta lo que se supone fue su muerte, de algún modo esa desesperanza se mantuvo y la lectura de la historia reciente sólo la avivó.

-Veo que tiene muchos artefactos modernos Monsieur Verne, ¿cuál de ellos diría que es su favorito o el que más ha usado desde su llegada a esta época?

-Pues, si es por el uso y la importancia no me cabe duda que sería el ordenador. En mi época conseguir información acerca de lugares lejanos siempre fue un dilema, sobre todo por la gran limitante del idioma. Cuando alcancé fama, era la misma gente la que me enviaba grandes volúmenes de enciclopedias de todo tipo, lo cual no sólo facilitaba mi trabajo sino que hacía que mi biblioteca se llenara cada vez más -en este punto se rió y yo me reconforté por ello- pero ahora todo está tan fácil de buscar, tan a la mano que como le mencioné me parece sorprendente el modo en que se desperdicia tanta información. Por ejemplo, para Le Superbe Orénoque me guié por un volumen que el mismo gobierno de su país tuvo el privilegio de enviarme, cinco tomos con descripciones detalladas de la geografía de su país, pocas fotografías, muchas ilustraciones, que fueron las que avivaron mi imaginación y me permitieron escribir la novela. Hoy no sólo puedo leer información de esa enigmática zona de su país llamada Canaima, sino que puedo ver fotografías, imágenes en movimiento que aún me resisto a llamarlas de un modo tan vago como le dicen ustedes – videos-, estudios completos acerca de su flora, fauna, suelos; si hubiese tenido tanta cantidad de información no hubiese hecho una sino diez novelas ambientadas allí, mi muy estimado Monsieur Vetancourt. Pero le seré honesto, si debo elegir por gusto personal uno de los artilugios que adornan esta habitación, no me cabe duda que me quedaría con el que ustedes llaman horno de microondas, para alguien que vivió su infancia en el campo, que vivió una etapa bohemia en un parís nada extrañable, que intentó en vano hacerse un hombre de mar, y que trabajó en su casa durante casi toda su vida, ¡una comida caliente resultaba el más suculento de los placeres conocidos!
Ya había logrado rescatar su buen humor, así que en este punto decidí tocar otros temas con el fin de conocer su opinión.

-¿Qué le ha sorprendido del mundo actual?

-Cualquiera pensaría que diré que el libertinaje, pero más bien para mi resulta cómodo pensar en una igualdad de sexos como la que hoy en día existe, no obstante sin caer en melancolías por otras épocas, el respeto y la convivencia entre hombres y mujeres se producía de mejor forma que ahorita, con todas las diferencias generacionales de cien años y poco más.

-¿Qué extraña de su vida en el siglo XIX?

-A Honorine, ni siquiera una diferencia de tantos años hará que olvide a quien fue y será el gran amor de mi vida. Sé que estoy en un lugar mejor del que estaba, pero aún así no hay momento en el que no me pregunte que opinaría ella de esto o esto otro, no hay día en que no piense en ella y la extrañe como un colegial extraña a su primer amor.
Volvió a ponerse melancólico así que le arranqué otra duda que me carcomía.

-Usted ha sido señalado como un visionario, alguien adelantado a su tiempo, ¿qué opinión le merece ver gran parte de esas predicciones hechas realidad?

-Bueno, la verdad es que no fui el profeta que todo el mundo dice que fui, sólo pensaba en la ciencia como una dirección recta y visualizaba hacia donde podía dirigirse. El globo ya existía cuando escribí Cinq semaines en ballon, el submarino o el concepto de una máquina para viajar bajo el agua ya había sido inventado por los italianos antes de Vingt mille lieues sous les mers, pero otros inventos como la máquina de enviar imágenes a través del telégrafo de Paris au XXème siècle fueron mero producto de mi imaginación, pensando que algún día se iba a poder lograr tal hazaña, que el tiempo me diera la razón lo veo más como un ejercicio de extraordinaria coincidencia que una especie de visión futurista que nunca tuve.
Juan abrió la puerta y fue allí que supe que mi tiempo con Verne había culminado. Monsieur Verne agradeció mi visita y se comprometió a una nueva conversación en el futuro próximo. Algo resignado comencé a revisar mis notas mientras Juan y Verne se prestaban a salir, puesto que tenían un compromiso establecido antes de mi conversación, y noté que si bien Verne me había explicado el proceso por el cual fue transportado, no había mencionado como habían establecido sus coordenadas exactas.

- Monsieur Verne, una última pregunta.

-Dígame Monsieur Vetancourt.

-De acuerdo a la explicación que me dio del cómo llegó, ¿cómo establecieron las variables de tiempo, espacio y demás para poder transportarlo de su tiempo a este?

-Jejejeje, creo que John puede explicarle mejor que yo esa parte mi estimado Monsieur Vetancourt -dijo refiriéndose a Juan mientras se colocaba el saco de su elegante traje.

-Pues -dijo Juan- encontramos unos manuscritos dentro de la tumba de Verne en Amiens, más exactamente dentro de la estatua de su efigie, en ellos se detallaban las ecuaciones necesarias para poder completar el proyecto, especificaciones técnicas de cómo debía construirse la maquina, y datos de las variables necesarias para poder transportarlo a él desde su época.

Juan y Verne rieron viendo mi cara de estupefacción y a la vez que se despedían charlaban jocosamente acerca de esto último. Un guardia de seguridad vino por mí y me escoltó a la salida, sólo podía pensar en que Verne era más de lo que pensaba, sólo que como buen francés nunca se mostró tal cual era en realidad.

Fuentes:

Webs consultadas:
·         http://www.jverne.net/

Libros consultados:
·         El Soberbio Orinoco, Julio Verne, Editorial Hyspamerica, 1979
·         Yo, Julio Verne, J.J. Benítez, Editorial Planeta, 2004

lunes, 18 de junio de 2012

Un Hannibal real



Por Amira Romero

Tiene las manos cruzadas al igual que las piernas, discretas, con una grabadora al lado, espera a su entrevistado, nunca pensó que alguien así existiera. Se tensa cuando lo ve aproximarse encadenado de pies a cabeza, lo extraño es que no tuviera la máscara que le impide morder.

El sujeto se sienta frente a ella, la mira fijamente, la reportera se da cuenta de esa mirada aterradora pero a la vez atrayente; le impacta que un asesino de sangre fija, transmita atracción y cierta elegancia. Descruza los dedos y la piernas, para que no sienta la tensión; algo inútil, pues él ya desea sentir el miedo a todo esplendor; ingrediente principal para un buen festín.

-Pues…pues…buenas tarde señor…Ha…Harris…

-Hannibal…-interrumpe a la reportera.

-Ha…Hannibal…dígame por que empezó a matar, a co…co…

- Comer gente…sí, la carne humana es exquisita, su sabor es característico, algo inusual pero único, tendría que probarlo para que pueda entender mi fascinación.

-          ¿Usted no siente nada, remordimiento tal vez por matar a sus víctimas?

- El miedo es el ingrediente principal para mis platos- Harrison, el fanático de Hannibal se levanta lentamente de la silla

La reportera también se levantan pero con miedo, retrocede un poco, como queriendo escapar de un inesperado ataque. Harrison se ríe.

-No le haré daño, solo quiero que pruebe mi plato, lo preparé especialmente para usted.

-No gracias, no tengo apetito.

- Es de mala educación que una bella dama rechace la invitación de un caballero, mire que tengo deseo a que me dé su opinión.

Un oficial entra a la sala con una bandeja tapada, la deja en la mesa y se va a pasos rápidos. El imitador de Hannibal alza la tapa; la reportera queda horrorizada, se levanta de sopetón y corre a un rincón, se agacha, trata de no vomitar, pero es inevitable. Le mira con algo de pena y satisfacción. Después de unos minutos la reportera se levanta y le da la cara.

-¿Qué significa eso, Sr. Hannibal?, es un cerebro humano. Como es posible que esta cárcel le permita hacer tal atrocidad.

-Digamos que tengo ciertos privilegios, o sencillamente mi compañero fue un mal educado, se expreso de manera inapropiada de una bella oficial.

La reportera traga saliva, mira con repulsión, el pedazo de carne humana, entonces recordó la escena en la que el doctor Hannibal Lecter abre la cabeza de su víctima, dejando mostrar el cerebro.

-¿Cómo lo mató?

-          Matarlo fue sencillo, unas cuantas puñaladas y ya, pero comerlo fue lo mejor, primero abrí su estomago; su hígado es lo mejor que e probado a pesar de su vulgaridad; su exquisita sangre fue buen vino, aunque probé otros mejores. Y  quise dejar la mejor parte para mi invitada especial.

-Esto es una cárcel, ¿verdad?

-Claro. Señorita, disculpe mi descortesía no le pregunte su nombre.

-Marian Romero.

-Coma, está bien cosido.

Marian agarra el cuchillo y tenedor, corta un pedazo, abre la boca y lleva el pedazo de cerebro cerca hasta que siente el humo caliente, el olor se cierne a sus fosas nasales, provocándole nausea, tira el tenedor con el pedazo de carne al suelo.

- No puedo, lo siento.

Él la mira con una frialdad pura, Marian se levanta de la silla y retrocede al mismo tiempo que él camina hacia ella.

- No me gusta la descortesía, agarra lo que preparé con esmero para usted y cómaselo, a no ser que quiere que la…coma - lo dice susurrando a su oído para luego pasar la lengua por su lóbulo y morder fuertemente.

La reportera grita de dolor y miedo, varios policías entraron y lo sujetaron luchando con esa poderosa mordida que amenaza en arrancarle el lóbulo.

Con dificultad la víctima logra soltarse del imitador de Hannibal, lleva su mano temblorosa hasta la parte afectada, no siente que su oreja esta completa, mira como el hombre con los labios llenos de sangre mastica el pedazo de oreja, la reportera agarra sus cosas en estado de shock y sale del lugar, ahora tiene la gran historia que le dará su asenso.


Vida rápida, muerte lenta: Entrevista a la muerte



Por Marco Díaz
  
Heme allí, en caída libre, 35 metros de altura que fácilmente recorrería un cuerpo en dos segundos, pero para mí fue un trayecto de esos eternos.

Sin poder abrir los parpados por esa insoportable sensación de tierra desgarrando mis ojos, con los brazos rasguñados y ese vació tan inmenso en el estomago que se siente al segregar adrenalina con una dosis letal de vértigo, así, moviendo los brazos y piernas como una rana aprendiendo a nadar, continuaba cayendo.  

Ecos de una caída, como les llamaría yo: zumbidos de mosquitos, brisa soplando fuerte en mis orejas, gritos lejanos de mis compañeros y el rozar de mi ropa arrastrándose contra el muro mientras reboto una y otra vez sin lograr sujetarme de ningún punto de agarre, esto como desesperada opción que viene a la mente en esos momentos.

-¿Nunca terminaré de caer?- me pregunté.

Yo en vuelo directo hacía el suelo haciéndome interrogantes en un diminuto paréntesis entre la zozobra y el temor, quizás provocado por el mismo nerviosismo o la resignación.

Como si hubiese evadido el espacio-tiempo crueles pensamientos venían ametrallados, uno detrás del otro, en milésimas de segundo:

“Espero no caer en las piedras  filosas de allá abajo… Si caigo allí ya no puedo hacer nada… ¿Por qué demonios no revise el equipo antes de asegurarme?... No quiero que se enteren en mi casa… Algo me decía que no saliera hoy…  ¡Que estúpido!… Sí Joaquín, he marcado los mosquetones… No me molestaré con ellos… No quiero perder los dientes…  Una fractura de columna me dejará inválido… ¿Moriré hoy?... Allí viene el leñazo…”

En el suelo, sentí ese extraño olor a sangre que impregna la nariz después de un rotundo golpe, entre la inconsciencia y la tranquilidad, con los ojos abiertos y fijos en la hermosa luz cegadora que se cuela entre las hojas verdes de las enredaderas, esas que se aferran a la pared. “Que bellas se ven por cierto… ¿Qué cosas digo? ¿Estoy muerto?”.

Todo estaba difuminado de blanco a mí alrededor. No me dolía nada ya. Escuchaba voces, sí, pero no lograba ver a nadie, de hecho no veía nada, sólo eso, el blanco más blanco que había visto.

-¿Quién eres tú? ¡Deja de mirarme así!- exclamé aterrado.
-Eso no te importa, vengo a esperar tu momento.
- ¿Eres un ángel? ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son esos que murmuran?

El personaje guardaba silencio como quien no quiere charlar, sin emitir sonido alguno, sólo aguardando. “ ¿Aguardando qué?- me preguntaba a mí mismo”.

-He venido por ti en varias ocasiones; quizás, y por fin, vengas conmigo hoy. Eres de esos escurridizos que parecieran ser cuidados personalmente por el supremo.

-¡La misma muerte carajo!
-Ustedes, hijos del barro, me llaman así, yo hago el trabajo que me fue encomendado, sin sentir o refutar. No está en mí hacer más.

- ¡Tengo muchas cosas pendientes, mi familia, mi universidad, mi vida, no puedo morir! -dije.
-Falta poco para que vengas conmigo.  

-¿Podrías contestar una sola pregunta de las que te hago?
- No está en mí responder tus dudas.

Al cabo de unos momentos, luego de soportar su mirada fija sobre mí, me atreví a preguntar.

-¿Desde cuándo realizas ésta encomienda sanguinaria?
-No es sanguinaria, las almas en su esencia es mi deber acompañar hasta su cosecha, lo que han sembrado con sus hechos.

-¿Tienes un nombre?
-De este lado, de lo tangible, usan nombres para definirse, yo soy de otra creación, una superior, donde no hace falta porque no tenemos sus limitantes, nuestra esencia se expande más allá de tu realidad.

¿De qué hablas?
- Yo estoy aquí, y allá. Mientras te decides a seguirme, también estoy observando a Martín, tu primo, al que le falta una sobredosis para que me acompañe, y a la vez, espero paciente por los despojadores que, frente a tu casa, planean noche a noche, buscando el peligro, robar a tu vecino, el policía con cáncer que asistiré la próxima semana. Y a tu novia, la que muere, o morirá por el Red Bull…

De pronto, hubo silencio. ¿Abrí los ojos? Personas con batas blancas estaban rodeándome, una gran lámpara, tumulto de manguerillas y llanto… ¿De mis familiares? ¡Todos estaban allí!

-Estuvo inconsciente durante tres horas –decían los doctores.
-Para mi fueron cinco minutos- susurré.
-Estás vivo André, estás vivo de milagro- dijo el traumatólogo.

*

Han pasado tres años desde ese incidente, y aunque sigo “vivito y coleando”, como dice mi abuela, a veces me asusta poder ver a aquel personaje sin nombre, cruzando la calle detrás del vendedor de la esquina, o entre la gente que espera su tren en la estación, y una que otra vez, al pié del muro, cuando reviso mi cuerda y mi arnés, como vivo recordatorio, o como recordatorio de vida.