domingo, 24 de junio de 2012

El enigma de Amiens o cómo conversé con Julio Verne bebiendo Coca Cola


Por Carlos García

- ¡identificación por favor! – repetía por tercera vez el vigilante frente a mí.

No era que no escuchara aquella voz fuerte que repetía por tercera vez que le mostrara mi identificación, sino que de algún extraño modo me sentía ido, primero por el lugar donde estaba ingresando, el muy reconocido MIT (Massachusetts Institute of Technology), cuna de la ciencia y la tecnología de estos días. No puedo negarlo, el lugar me intimidaba, toda la protección que había presenciado en diferentes lugares donde había ido quedaban en pañales frente a todo el despliegue de seguridad del que estaba siendo testigo: cámaras, escáneres de retina, huellas dactilares y de temperatura,…

Pero eso no era el motivo de mi abstracción mental, no podía dejar de pensar en el porqué de estar allí. Hace poco más de un mes, recibí un muy inquietante correo electrónico de mi amigo Juan Cabello, quien era el único investigador venezolano trabajando en el MIT, trabajaba en el área de física cuántica y aunque por razones evidentes ya no manteníamos el mismo contacto de nuestros años de universidad, cada cierto tiempo nos escribíamos y manteníamos un contacto constante dentro de las circunstancias que nos rodeaban. En dicho correo hablaba Juan de un proyecto en el que estaba trabajando, que prácticamente consumía 24.9 horas de su día a día. No era un proyecto militar ni tampoco privado, y muchos gobiernos del mundo financiaban los fondos de dicho proyecto. Nunca quiso contarme de la naturaleza del mismo respondiendo mis preguntas al respecto con un "ya lo sabrás" que no hacía sino incrementar mi curiosidad. Siempre me abstraía en mis actividades después de un tiempo de leer sus correos cuando llegaba otro nuevo y nuevamente comenzaba a sentir ansiedad por saber qué hacia Juan y su equipo, debido en parte a que pese que elegí una carrera técnica, siempre ha estado en mí el ansia por la investigación.

El día 15 de marzo recibí el más inquietante de sus correos, el cual llevaba por asunto: “¡LO LOGRAMOS!”. Estupefacto leí su resumen sobre dicho proyecto: un dispositivo que podía manipular a destajo la curvatura tiempo-espacio logrando con ello traer en cuerpo y alma a cualquier persona del pasado. Me contó que de manera sorprendente la máquina no trabajaba con objetos, ya que después de muchas fallas lograron obtener la ecuación con la cual el alma humana, la conciencia, el ser interior, era el elemento que se requería para realizar el proceso completo. Debo ser honesto, lo primero que pensé al leer dichas palabras era que Juan se había vuelto loco, que tanta presión había pulverizado su cordura y que tal vez necesitaba una semana en Choroní, como en los viejos tiempos. Al responder mi mail, una retahíla de risas escritas eran el preámbulo de otra frase que me dejó mas desconcertado aún: "sabía que no me creerías, ya lo verás por ti mismo".

Y luego de un mes exacto de aquel correo, estoy siendo escaneado por los vigilantes del MIT para poder acceder al departamento de física cuántica donde trabaja Juan. Luego de varios papeleos, preguntas, requisas y malas caras, por fin me dan el acceso que requiero y logro acceder. Puedo ver a Juan a lo lejos y luego de un abrazo y los saludos de rigor, pasamos a su pequeña oficina.

- Disculpa que no salí a recibirte, hemos estado full con todo esto y no he tenido casi tiempo para otra cosa.
Su poblada barba, su olor corporal y su delgadez no hicieron sino corroborar lo que decía. Era evidente que estaba absorto en lo que fuera que estaría haciendo. Su oficina evidenciaba el escenario de alguien completamente concentrado: un montón de mapas de todo el mundo con lugares marcados, fotografías antiguas y nuevas de lugares antiguos, viejos libros apilados donde pudieran apilarse, sólo hicieron que mí ceño se frunciera más y más.

-Marico, me pediste que viniera desde Venezuela, me pagaste pasaje, estadía, me trajiste sin saber ni una pista del porqué, ahora que estamos frente a frente, ¿qué mierda estoy haciendo aquí y que tengo que ver con tu investigación?

-Cuando te escribí el mail donde te explicaba el proyecto –aquel que no me creíste-, era el primer resultado exitoso que teníamos, y el único hasta ahora. Entiendo que no me creyeras porque es algo que escapa a todo raciocinio humano, pero créeme, lo que logramos va a cambiar muchas de las concepciones que hasta ahora existen de temas como física e historia.

-Pues no has respondido mi pregunta, ¿qué tiene que ver conmigo?
Juan caminó hacia la ventana como queriendo dar más suspenso a la respuesta que estaba a punto de dar, lográndolo con creces, sonrió un poco y sin dejar de ver por la ventana como mirando a un nuevo horizonte que existirá después de responder mi pregunta, habló.

-Chamo, hemos traído a Julio Verne a nuestro tiempo.
Mi estado de estupefacción no era normal. Conocía demasiado a Juan para saber que no mentía, y dadas las circunstancias y las dificultades para estar allí, pues más seguridad me dio que no era mentira.

-Pero, ¿cómo? O sea, ¿cómo lo lograron?

-Dejaré que él mismo te lo explique, está esperando por ti en su cuarto.
Respondiendo mi pregunta, sólo quede con más dudas. Es cierto que soy el único  venezolano miembro de la sociedad Julio Verne en París, es cierto que mi tesis de doctorado estuvo basado en ciertas anotaciones que dejó en uno de sus libros inconclusos - Prodigieuse découverte et ses incalculables conséquences sur les destinées du monde-, que mantengo un blog con análisis de sus obras, ¿pero por qué yo?
Juan me explico que Verne llevaba ya un mes en el MIT, que se había familiarizado rápidamente con la tecnología actual y que en una oportunidad Juan le había hablado de mi admiración por él y mostrado algunos de mis trabajos analizando desde diferentes puntos de vista sus obras. Y al acercarse la fecha de una futura rueda de prensa que se dará para dar a conocer el proyecto, el mismo Verne había solicitado que fuese yo la primera persona con quien dar la noticia de su regreso en el tiempo. Casi me caigo cuando escuché dichas palabras.

-Como te dije, él mismo te explicará cómo lo trajimos al hoy en día, toma tu saco y vamos, allá está todo dispuesto.

Me costó levantarme de la silla, caminar fue más difícil aún. El solo hecho de encontrarme con alguien que regreso del pasado y que ese alguien fuese mi admirado Julio Verne dio para que todos mis nervios se activaran y mi piel se volviera de gallina.

-¡Cálmate marico! Así de asustado no podrás desempeñarte bien, además, Verne es un tipo amabilísimo, ya verás.

Luego de flanquear cualquier cantidad de barreras y puestos de seguridad, llegamos a la que era su habitación en el MIT. A pesar de la seguridad estricta del lugar, Juan me contó que Verne pidió específicamente un cuarto con una ventana muy grande, por lo que dispusieron una de las oficinas del antiguo rectorado como habitación para él. Al abrir la puerta me encontré con un panorama inimaginado: libros y mobiliario antiguo convivían plácidamente con artefactos de esta época, así ediciones antiquísimas de HG Wells reposaban junto a tres laptops de última generación, una lámpara de latón y cristal de opalina daba la luz que se reflejaba en un Sony Bravia de 48 pulgadas, una vieja tetera victoriana era la hermana menor de un muy grande horno de microondas, y así cientos de ejemplos que evidenciaban un grado de adaptación coherente para el tiempo actual y del que llegó.

-Verne no está, debe haber ido a caminar al campus, generalmente lo hace en las tardes, cuando no hay mucha gente en él.

Le pregunté angustiado como permitían eso, que si no temían que escapara o que lo secuestraran. Me explicó que Verne fue muy cooperativo desde el principio entendiendo a cabalidad su situación. Que al principio sí salía con escoltas. Pero que al ver que nada malo sucedía decidieron que no eran necesarios. En cuanto al secuestro, me dio la más clara de las respuestas: "Marico, ¿quién lo va a reconocer?, y si lo reconocieran, ¿quién creería que es realmente él?".

La puerta se abrió y un señor alto, de barba poblada pero finamente recortada, vestido con un traje gris y una bufanda negra entró y cerró la puerta. No cabía duda, era Verne, no un actor, no un imitador, para mí que conocía la verdad no me cupo duda al verlo, era Julio Gabriel Verne en persona frente a mí.

-Estimado John, el verde del pasto está delicioso para la vista, ¡es increíble como lo mantienen! -dijo en un 
inglés afrancesado y poco pulido-. Hablaba con Erik, uno de los jardineros quien amablemente me explico el proceso de siembra, riego y cuidado del pasto. Por su cara sé lo que preguntará, ya debería estar acostumbrado a mi respuesta, y es la misma, no, no le revelé mi identidad, para él sólo era un viejo profesor francés que no sabía nada de jardinería.

-Usted debe ser Monsieur Vetancourt, el famoso Carlos Vetancourt -me dijo mientras me tendía su mano para estrecharla, pareciéndome muy bizarro que el mismísimo Julio Verne me llamara famoso.

-Es un honor indescriptible Monsieur Verne, no tiene idea de lo que esto significa para mí.

-Pamplinas está exagerando -dijo mostrando una modestia muy genuina-, sólo soy alguien a quien la diosa fortuna sonrió e hizo feliz durante su vida.

-Los dejo, sé que tienen mucho de qué hablar -dijo Juan mientras estrechaba mi mano y luego la de Verne-, vendré en un par de horas para llevarte a la salida Carlos.

Dos horas era el tiempo que tenía para efectuar la entrevista más importante de la historia reciente. Ciento veinte minutos para indagar en una de las mentes más brillantes de los últimos 200 años. Siete mil doscientos segundos que se me hicieron cortos para todo lo que podía preguntarme y que por el factor sorpresa no pude permitirme.

-Siéntese Monsieur Vetancourt, relájese, se nota nervioso, no soy ni seré una amenaza más allá de la de aburrirlo con mi labia algo efervescente.

-Como podrá entender la primera pregunta es obligada: ¿Cómo llegó aquí?

-Jejejeje, no podía ser de otra manera Monsieur Vetancourt, déjeme explicarle. Los muy inteligentes científicos del MIT desarrollaron un dispositivo capaz de vencer las barreras del tiempo y el espacio. Según lo que me pudieron explicar dicho dispositivo altera no sólo la realidad en ambos ejes -tiempo y espacio- como las conocemos, sino que además le agrega un nuevo elemento que hace posible que gente como yo, que venimos del pasado, podamos literalmente saltar dicha barrera y crear un campo intrínseco que une el punto exacto del pasado de donde somos originarios con el punto del futuro de donde somos reclamados.
Me sorprendió la elocuencia científica y muy actualizada con que Verne me hablaba, no parecía alguien que viene del pasado remoto, sino un científico del presente.

-Jajajajaja, Monsieur Vetancourt, no es sino una habilidad tremenda para explicar los más recónditos misterios de la ciencia que tienen todos los integrantes de este proyecto y que se han dignado a la tarea de explicar cuanta pregunta he formulado para ellos. Déjeme proseguir si no le molesta.

-En absoluto, continúe Monsieur Verne.

-Como le iba diciendo, dicho dispositivo permite al equipo del proyecto traer de uno de los tantos pasados dimensionales que existen a alguien, pero para ello deben cumplirse ciertos requisitos, como saber exactamente la fecha, hora, minuto, segundo en lo que se refiere a tiempo; el lugar en coordenadas x,y,z en cuanto a localización, además de otro tipo de coordenadas que no podría explicarle yo ahorita; para que el dispositivo genere un mapa cuántico por el cual el equipo del proyecto pueda generar un portal espacio-tiempo por el cual pueden traer a una persona de algún pasado dimensional. Claro está que soy Julio Verne a mis cincuenta y cinco años -ya que se elaboró mi mapa cuántico para 1883- pero no soy el Julio Verne de este universo, soy un Verne de un universo y realidad paralela donde a esa edad y en esa fecha desaparecí, sólo que no fue que desaparecí sino que me trajeron por este medio, ¿logra entenderme Monsieur Vetancourt?

-Pues, se ha explicado muy bien Monsieur Verne, me sorprende mucho el nivel de conocimiento que tiene a pesar de no pertenecer a esta época.

-Es que llevo dos meses empapándome de todo cuanto he podido, gracias a la tecnología de su tiempo es posible que alguien como yo, totalmente ajeno a mucho de lo que me he encontrado, como interfaces entre 
sus ordenadores y alguien que prácticamente viene de la prehistoria, pueda perfectamente amoldarse a ellos y así poder investigar cualquier cosa en la vasta red de información que ustedes han creado y que veo se desperdicia de un modo que alguien como yo no puede sino alzar su voz de rechazo.

-Por sus palabras debo inferir que ha tenido contacto con tecnologías como Internet.

-Oh sí Monsieur Vetancourt, es apasionante ver cuánta información puede encontrarse tan fácilmente, he estado prácticamente actualizándome desde mi llegada, fíjese que mi inglés, que tanto me costó aprender en mi época es ahora más fluido y entendible y seguramente en pocas semanas estaré hablando perfectamente. Me ha interesado leer mucho acerca de historia, ciencia, tecnología, pero no entiendo como un vasto universo de información parece perderse entre tanta banalidad junta. En mi época los artistas eran muy poco conocidos, hoy en día todo el mundo parece girar en torno a ellos, es irónico.

-Ahora que menciona a la historia, la ciencia y la tecnología, ¿qué aspectos del siglo XX en esos tres temas le han llamado la atención o sorprendido?

-Comenzaré por la tecnología, eso del Internet es algo que humanamente hablando era imposible prever aún para mí; el que cualquier persona tenga acceso a ese cumulo de información es algo más que revolucionario, algo trascendental, creo que la gente de su tiempo aún está deslumbrada con su poderío y no ha encausado de forma idónea su potencial, ojalá suceda y no sucumba ante la vulgaridad. Para la ciencia escogería por supuesto la llegada del hombre a la luna. Cuando escribí De la Terre à la Lune lo escribí más como un ensayo de lo imposible que como un cuento que inspirara a la gente a cometer tal locura. Fue tanto el alboroto y la fama que llegó a alcanzar dicho libro que nadie se atrevió a cuestionar mi método, estando plagado de tantas inconsistencias y errores que ni yo mismo pude prever. Hoy en día, cuando leo el cómo fue lograda esa hazaña, mi relato queda como un cuento infantil, cuando en aquella época se logró tomar tan en serio que recibí miles de propuestas de todo el mundo para construir un cañón gigante con que poder lograrlo, lo cual sólo me da la certeza de que el ser humano en aras de alcanzar un sueño es capaz de considerar cualquier cosa por más inverosímil que sea para una lógica racional.

-¿Y en historia?

-La Segunda Guerra Mundial sin duda alguna, demostración fehaciente de que aún no estamos preparados para convivir en paz. Cuando vivía en el siglo XIX, lo más barbárico de lo que fuimos testigos aquellos que vivíamos en el mundo occidental era Napoleón y su campaña, como francés leí mucho acerca de Napoleón, algunos defendiéndolo y otros despotricando. Pero ni en mi más oscuro periodo de raciocinio pude prever que algo así sucediera. Es cierto que escribí Les cinq cents millions de la Bégum pensando en un hipotético imperio germánico, y que Herr Schultze tiene muchas similitudes con este señor Hitler, pero como le dije, no pude haber tenido un tino de cuanto horror puede causar un solo hombre y sus ideales. Ha sido espantoso descubrir hasta qué punto el alma humana puede corromperse tanto que seamos capaces de generar tanto odio y destrucción, eso de la mano de la tecnología es el castigo más nefasto que pudiera obtener la humanidad a cambio de los beneficios que esta le otorga. Si bien estuve consciente de eso durante mi vida madura, jamás pensé que mis peores presagios se traducirían en algo real.
En este punto noté a Verne cabizbajo, había leído que durante su etapa adulta y hasta el final de sus días profesó un dejo de desilusión ante la humanidad pensando que algún día los avances científicos pudieran ser la perdición para la humanidad, y aunque éste Verne no vivió hasta lo que se supone fue su muerte, de algún modo esa desesperanza se mantuvo y la lectura de la historia reciente sólo la avivó.

-Veo que tiene muchos artefactos modernos Monsieur Verne, ¿cuál de ellos diría que es su favorito o el que más ha usado desde su llegada a esta época?

-Pues, si es por el uso y la importancia no me cabe duda que sería el ordenador. En mi época conseguir información acerca de lugares lejanos siempre fue un dilema, sobre todo por la gran limitante del idioma. Cuando alcancé fama, era la misma gente la que me enviaba grandes volúmenes de enciclopedias de todo tipo, lo cual no sólo facilitaba mi trabajo sino que hacía que mi biblioteca se llenara cada vez más -en este punto se rió y yo me reconforté por ello- pero ahora todo está tan fácil de buscar, tan a la mano que como le mencioné me parece sorprendente el modo en que se desperdicia tanta información. Por ejemplo, para Le Superbe Orénoque me guié por un volumen que el mismo gobierno de su país tuvo el privilegio de enviarme, cinco tomos con descripciones detalladas de la geografía de su país, pocas fotografías, muchas ilustraciones, que fueron las que avivaron mi imaginación y me permitieron escribir la novela. Hoy no sólo puedo leer información de esa enigmática zona de su país llamada Canaima, sino que puedo ver fotografías, imágenes en movimiento que aún me resisto a llamarlas de un modo tan vago como le dicen ustedes – videos-, estudios completos acerca de su flora, fauna, suelos; si hubiese tenido tanta cantidad de información no hubiese hecho una sino diez novelas ambientadas allí, mi muy estimado Monsieur Vetancourt. Pero le seré honesto, si debo elegir por gusto personal uno de los artilugios que adornan esta habitación, no me cabe duda que me quedaría con el que ustedes llaman horno de microondas, para alguien que vivió su infancia en el campo, que vivió una etapa bohemia en un parís nada extrañable, que intentó en vano hacerse un hombre de mar, y que trabajó en su casa durante casi toda su vida, ¡una comida caliente resultaba el más suculento de los placeres conocidos!
Ya había logrado rescatar su buen humor, así que en este punto decidí tocar otros temas con el fin de conocer su opinión.

-¿Qué le ha sorprendido del mundo actual?

-Cualquiera pensaría que diré que el libertinaje, pero más bien para mi resulta cómodo pensar en una igualdad de sexos como la que hoy en día existe, no obstante sin caer en melancolías por otras épocas, el respeto y la convivencia entre hombres y mujeres se producía de mejor forma que ahorita, con todas las diferencias generacionales de cien años y poco más.

-¿Qué extraña de su vida en el siglo XIX?

-A Honorine, ni siquiera una diferencia de tantos años hará que olvide a quien fue y será el gran amor de mi vida. Sé que estoy en un lugar mejor del que estaba, pero aún así no hay momento en el que no me pregunte que opinaría ella de esto o esto otro, no hay día en que no piense en ella y la extrañe como un colegial extraña a su primer amor.
Volvió a ponerse melancólico así que le arranqué otra duda que me carcomía.

-Usted ha sido señalado como un visionario, alguien adelantado a su tiempo, ¿qué opinión le merece ver gran parte de esas predicciones hechas realidad?

-Bueno, la verdad es que no fui el profeta que todo el mundo dice que fui, sólo pensaba en la ciencia como una dirección recta y visualizaba hacia donde podía dirigirse. El globo ya existía cuando escribí Cinq semaines en ballon, el submarino o el concepto de una máquina para viajar bajo el agua ya había sido inventado por los italianos antes de Vingt mille lieues sous les mers, pero otros inventos como la máquina de enviar imágenes a través del telégrafo de Paris au XXème siècle fueron mero producto de mi imaginación, pensando que algún día se iba a poder lograr tal hazaña, que el tiempo me diera la razón lo veo más como un ejercicio de extraordinaria coincidencia que una especie de visión futurista que nunca tuve.
Juan abrió la puerta y fue allí que supe que mi tiempo con Verne había culminado. Monsieur Verne agradeció mi visita y se comprometió a una nueva conversación en el futuro próximo. Algo resignado comencé a revisar mis notas mientras Juan y Verne se prestaban a salir, puesto que tenían un compromiso establecido antes de mi conversación, y noté que si bien Verne me había explicado el proceso por el cual fue transportado, no había mencionado como habían establecido sus coordenadas exactas.

- Monsieur Verne, una última pregunta.

-Dígame Monsieur Vetancourt.

-De acuerdo a la explicación que me dio del cómo llegó, ¿cómo establecieron las variables de tiempo, espacio y demás para poder transportarlo de su tiempo a este?

-Jejejeje, creo que John puede explicarle mejor que yo esa parte mi estimado Monsieur Vetancourt -dijo refiriéndose a Juan mientras se colocaba el saco de su elegante traje.

-Pues -dijo Juan- encontramos unos manuscritos dentro de la tumba de Verne en Amiens, más exactamente dentro de la estatua de su efigie, en ellos se detallaban las ecuaciones necesarias para poder completar el proyecto, especificaciones técnicas de cómo debía construirse la maquina, y datos de las variables necesarias para poder transportarlo a él desde su época.

Juan y Verne rieron viendo mi cara de estupefacción y a la vez que se despedían charlaban jocosamente acerca de esto último. Un guardia de seguridad vino por mí y me escoltó a la salida, sólo podía pensar en que Verne era más de lo que pensaba, sólo que como buen francés nunca se mostró tal cual era en realidad.

Fuentes:

Webs consultadas:
·         http://www.jverne.net/

Libros consultados:
·         El Soberbio Orinoco, Julio Verne, Editorial Hyspamerica, 1979
·         Yo, Julio Verne, J.J. Benítez, Editorial Planeta, 2004

lunes, 18 de junio de 2012

Un Hannibal real



Por Amira Romero

Tiene las manos cruzadas al igual que las piernas, discretas, con una grabadora al lado, espera a su entrevistado, nunca pensó que alguien así existiera. Se tensa cuando lo ve aproximarse encadenado de pies a cabeza, lo extraño es que no tuviera la máscara que le impide morder.

El sujeto se sienta frente a ella, la mira fijamente, la reportera se da cuenta de esa mirada aterradora pero a la vez atrayente; le impacta que un asesino de sangre fija, transmita atracción y cierta elegancia. Descruza los dedos y la piernas, para que no sienta la tensión; algo inútil, pues él ya desea sentir el miedo a todo esplendor; ingrediente principal para un buen festín.

-Pues…pues…buenas tarde señor…Ha…Harris…

-Hannibal…-interrumpe a la reportera.

-Ha…Hannibal…dígame por que empezó a matar, a co…co…

- Comer gente…sí, la carne humana es exquisita, su sabor es característico, algo inusual pero único, tendría que probarlo para que pueda entender mi fascinación.

-          ¿Usted no siente nada, remordimiento tal vez por matar a sus víctimas?

- El miedo es el ingrediente principal para mis platos- Harrison, el fanático de Hannibal se levanta lentamente de la silla

La reportera también se levantan pero con miedo, retrocede un poco, como queriendo escapar de un inesperado ataque. Harrison se ríe.

-No le haré daño, solo quiero que pruebe mi plato, lo preparé especialmente para usted.

-No gracias, no tengo apetito.

- Es de mala educación que una bella dama rechace la invitación de un caballero, mire que tengo deseo a que me dé su opinión.

Un oficial entra a la sala con una bandeja tapada, la deja en la mesa y se va a pasos rápidos. El imitador de Hannibal alza la tapa; la reportera queda horrorizada, se levanta de sopetón y corre a un rincón, se agacha, trata de no vomitar, pero es inevitable. Le mira con algo de pena y satisfacción. Después de unos minutos la reportera se levanta y le da la cara.

-¿Qué significa eso, Sr. Hannibal?, es un cerebro humano. Como es posible que esta cárcel le permita hacer tal atrocidad.

-Digamos que tengo ciertos privilegios, o sencillamente mi compañero fue un mal educado, se expreso de manera inapropiada de una bella oficial.

La reportera traga saliva, mira con repulsión, el pedazo de carne humana, entonces recordó la escena en la que el doctor Hannibal Lecter abre la cabeza de su víctima, dejando mostrar el cerebro.

-¿Cómo lo mató?

-          Matarlo fue sencillo, unas cuantas puñaladas y ya, pero comerlo fue lo mejor, primero abrí su estomago; su hígado es lo mejor que e probado a pesar de su vulgaridad; su exquisita sangre fue buen vino, aunque probé otros mejores. Y  quise dejar la mejor parte para mi invitada especial.

-Esto es una cárcel, ¿verdad?

-Claro. Señorita, disculpe mi descortesía no le pregunte su nombre.

-Marian Romero.

-Coma, está bien cosido.

Marian agarra el cuchillo y tenedor, corta un pedazo, abre la boca y lleva el pedazo de cerebro cerca hasta que siente el humo caliente, el olor se cierne a sus fosas nasales, provocándole nausea, tira el tenedor con el pedazo de carne al suelo.

- No puedo, lo siento.

Él la mira con una frialdad pura, Marian se levanta de la silla y retrocede al mismo tiempo que él camina hacia ella.

- No me gusta la descortesía, agarra lo que preparé con esmero para usted y cómaselo, a no ser que quiere que la…coma - lo dice susurrando a su oído para luego pasar la lengua por su lóbulo y morder fuertemente.

La reportera grita de dolor y miedo, varios policías entraron y lo sujetaron luchando con esa poderosa mordida que amenaza en arrancarle el lóbulo.

Con dificultad la víctima logra soltarse del imitador de Hannibal, lleva su mano temblorosa hasta la parte afectada, no siente que su oreja esta completa, mira como el hombre con los labios llenos de sangre mastica el pedazo de oreja, la reportera agarra sus cosas en estado de shock y sale del lugar, ahora tiene la gran historia que le dará su asenso.


Vida rápida, muerte lenta: Entrevista a la muerte



Por Marco Díaz
  
Heme allí, en caída libre, 35 metros de altura que fácilmente recorrería un cuerpo en dos segundos, pero para mí fue un trayecto de esos eternos.

Sin poder abrir los parpados por esa insoportable sensación de tierra desgarrando mis ojos, con los brazos rasguñados y ese vació tan inmenso en el estomago que se siente al segregar adrenalina con una dosis letal de vértigo, así, moviendo los brazos y piernas como una rana aprendiendo a nadar, continuaba cayendo.  

Ecos de una caída, como les llamaría yo: zumbidos de mosquitos, brisa soplando fuerte en mis orejas, gritos lejanos de mis compañeros y el rozar de mi ropa arrastrándose contra el muro mientras reboto una y otra vez sin lograr sujetarme de ningún punto de agarre, esto como desesperada opción que viene a la mente en esos momentos.

-¿Nunca terminaré de caer?- me pregunté.

Yo en vuelo directo hacía el suelo haciéndome interrogantes en un diminuto paréntesis entre la zozobra y el temor, quizás provocado por el mismo nerviosismo o la resignación.

Como si hubiese evadido el espacio-tiempo crueles pensamientos venían ametrallados, uno detrás del otro, en milésimas de segundo:

“Espero no caer en las piedras  filosas de allá abajo… Si caigo allí ya no puedo hacer nada… ¿Por qué demonios no revise el equipo antes de asegurarme?... No quiero que se enteren en mi casa… Algo me decía que no saliera hoy…  ¡Que estúpido!… Sí Joaquín, he marcado los mosquetones… No me molestaré con ellos… No quiero perder los dientes…  Una fractura de columna me dejará inválido… ¿Moriré hoy?... Allí viene el leñazo…”

En el suelo, sentí ese extraño olor a sangre que impregna la nariz después de un rotundo golpe, entre la inconsciencia y la tranquilidad, con los ojos abiertos y fijos en la hermosa luz cegadora que se cuela entre las hojas verdes de las enredaderas, esas que se aferran a la pared. “Que bellas se ven por cierto… ¿Qué cosas digo? ¿Estoy muerto?”.

Todo estaba difuminado de blanco a mí alrededor. No me dolía nada ya. Escuchaba voces, sí, pero no lograba ver a nadie, de hecho no veía nada, sólo eso, el blanco más blanco que había visto.

-¿Quién eres tú? ¡Deja de mirarme así!- exclamé aterrado.
-Eso no te importa, vengo a esperar tu momento.
- ¿Eres un ángel? ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son esos que murmuran?

El personaje guardaba silencio como quien no quiere charlar, sin emitir sonido alguno, sólo aguardando. “ ¿Aguardando qué?- me preguntaba a mí mismo”.

-He venido por ti en varias ocasiones; quizás, y por fin, vengas conmigo hoy. Eres de esos escurridizos que parecieran ser cuidados personalmente por el supremo.

-¡La misma muerte carajo!
-Ustedes, hijos del barro, me llaman así, yo hago el trabajo que me fue encomendado, sin sentir o refutar. No está en mí hacer más.

- ¡Tengo muchas cosas pendientes, mi familia, mi universidad, mi vida, no puedo morir! -dije.
-Falta poco para que vengas conmigo.  

-¿Podrías contestar una sola pregunta de las que te hago?
- No está en mí responder tus dudas.

Al cabo de unos momentos, luego de soportar su mirada fija sobre mí, me atreví a preguntar.

-¿Desde cuándo realizas ésta encomienda sanguinaria?
-No es sanguinaria, las almas en su esencia es mi deber acompañar hasta su cosecha, lo que han sembrado con sus hechos.

-¿Tienes un nombre?
-De este lado, de lo tangible, usan nombres para definirse, yo soy de otra creación, una superior, donde no hace falta porque no tenemos sus limitantes, nuestra esencia se expande más allá de tu realidad.

¿De qué hablas?
- Yo estoy aquí, y allá. Mientras te decides a seguirme, también estoy observando a Martín, tu primo, al que le falta una sobredosis para que me acompañe, y a la vez, espero paciente por los despojadores que, frente a tu casa, planean noche a noche, buscando el peligro, robar a tu vecino, el policía con cáncer que asistiré la próxima semana. Y a tu novia, la que muere, o morirá por el Red Bull…

De pronto, hubo silencio. ¿Abrí los ojos? Personas con batas blancas estaban rodeándome, una gran lámpara, tumulto de manguerillas y llanto… ¿De mis familiares? ¡Todos estaban allí!

-Estuvo inconsciente durante tres horas –decían los doctores.
-Para mi fueron cinco minutos- susurré.
-Estás vivo André, estás vivo de milagro- dijo el traumatólogo.

*

Han pasado tres años desde ese incidente, y aunque sigo “vivito y coleando”, como dice mi abuela, a veces me asusta poder ver a aquel personaje sin nombre, cruzando la calle detrás del vendedor de la esquina, o entre la gente que espera su tren en la estación, y una que otra vez, al pié del muro, cuando reviso mi cuerda y mi arnés, como vivo recordatorio, o como recordatorio de vida.

viernes, 15 de junio de 2012

Lady Di






Por  Grehys Lynd Gonzalez Fajardo

El tiempo para el New York Fashion Week cada vez era más corto y las expectativas para los diseños de última moda aumentaban. Éste era el gran conflicto que me invadía al diseñar los nuevos modelos. En los desfiles anteriores siempre tenía la misma tendencia, ropa informal decolores fuertes y nada de accesorios para la nueva colección que presentaba. Ya era tiempo para darle un toque más elegante a mis diseños, pero todo el tiempo terminaba igual. Desde que comencé a participar en los Fashion Week, ya mi popularidad, la popularidad de Grace Donaldson y mis diseños, no era la misma. Ya todos me pedían que innovara mis diseños y que les diera un toque de soltura.

De esta manera, con los deseos de los espectadores de ver algo novedoso y luchando conmigo misma por superarme como diseñadora de modas, fui a mi oficina privada a hacer bocetos, pero después de unas horas no había casi ningún cambio en ellos. Ya en la madrugada, muy cansada diseñando, empecé a marearme y todo lo veía borroso, eso era indicio que me trasladaría a algún lugar en el tiempo.

Cuando pude abrir los ojos, casi no reconocía en donde estaba ni a qué año me había transportado. Empecé a caminar por todos lados pero cada vez se hacía más grande. Me encontré con varios pasillos y las paredes todas llenas de cuadros, con paisajes en blanco y negro y otros en colores, que reflejaban el buen gusto de la persona que viviese en ese lugar.

Después, todo comenzó a iluminarse por las grandes lámparas de cristales que adornaban el vestíbulo, y que poco a poco revelaban a su paso los adornos de oro que reposaban en los mesones de mármol y nácar. Al final del primer piso se abrían unas escaleras que dibujaban una Y,y en el fondo una fotografía de la persona que sería una de mis motivaciones para ser diseñadora.

Me había trasladado al Siglo XX y me encontraba en el Palacio de Kensington en Inglaterra, propiedad de la famosa Diana de Gales. Esta princesa, de sangre azul, mejor conocida como Lady Di, era la hija menor del Conde John Spencer y de Frances Spencer, y posteriormente esposa del príncipe Carlos, heredero a la corona de Inglaterra.

Mientras admiraba y conocía el palacio, tuve la oportunidad de encontrarme con la princesa Diana en su despacho principal. Éste era un salón grande, lleno de estantes de mármol con libros detodas las épocas, fotografías de la familia real y entre ellas la princesa posando para la foto oficial. En el centro, tres sofás de gamuza en color hueso y al fondo el escritorio con la agenda y todas la visitas oficiales que debía cumplir durante el año. La princesa, elegante y sencilla, estaba sentada en uno de los sofás del centro.

- Buenos días señorita Grace, ¿cómo estás? – dijo la princesa.

- Buenos días princesa Diana, todo bien ¿y usted? – respondí.

- De maravilla, gracias.

- Disculpe, pero ¿cómo supo mi nombre?, si todavía no me he presentado – le dije.

- Me imaginé que te extrañarías, pero yo ya sabía que vendrías. Un día tuve la oportunidad de viajar al futuro y vi que una muchacha que podía trasladarse en el tiempo vendría a visitarme.

- Eso me parece maravilloso, y ¿sabe usted por qué he venido a visitarla?

- No, sólo sabía que querías conocerme y tu deseo de hacerlo te ha traído hasta acá. Y no me hables de usted, puedes tutearme, estás en tu casa – me dijo.

- Muchas gracias princesa Diana. En realidad me parece un sueño estar aquí en el palacio conversando contigo.

- Y cuéntame Grace ¿a qué te dedicas? – dijo la princesa

- Yo soy diseñadora de modas y llevo cuatro años participando en desfiles de moda muy reconocidos en los Estados Unidos. Por eso siempre he querido conocerte, admiro tu manera deser y tu elegancia al presentarte en actos oficiales o en labores humanitarias, y siempre con un estilo exquisito – dije.

- Muchas gracias por esas palabras. Para comenzar, soy una persona sencilla y muy fresca, me gusta ser natural y reflejar eso a los demás. No me gusta expresar algo que no soy sólo por estar a la moda, me gusta llevar algo con lo que me sienta bien conmigo misma – respondió Diana.

- Y cuando tenías un acto oficial ¿los vestidos los escogías tú o la Corona imponía reglas para el vestuario?

- La Corona tiene sus reglas para que una princesa pueda presentarse en los actos. Para la monarquía siempre nos tenemos que vestir con diseñadores que sean de Londres. En mis primeros años como princesa mis vestuarios estaban controlados por el protocolo de la corona deInglaterra, pero tiempo después empecé a buscar mi propio estilo y mi nueva imagen, pero siempre con el cuidado y el respeto que merecía cada ocasión – expresó Diana.

- Y para encontrar ese nuevo estilo y tener una imagen diferente ¿tú diseñas tus propios bocetos o tienes diseñadores que hacen los vestidos?

- Son diseñadores que busco para que hagan los diseños. Entre mis favoritos están Chatherine Walker, Victor Edelstein, Bruce Oldfield, Hachi y Versace – indicó la princesa.

- Y ¿qué es lo que más te llama la atención de sus diseños? – pregunté.

- Primero busco con ese vestuario sentirme bien, que sean elegantes y que exprese mi manera de ser. Los vestidos deben ser jóvenes, brillantes, vivos – alegó la princesa.

- Sí, de eso me ha dado cuenta en varias fotografías que te han tomado donde se ve que expresas tus ganas de vivir y esa jovialidad que te caracterizan – dije.

-  Ja ja.  Gracias Grace, siempre he querido llevar una vida normal sin el ajetreo que implica la responsabilidad de ser princesa, y que mi felicidad se transmita a mis dos hijos y a los demás – respondió Lady Di.

- Eso es muy generoso de tu parte. Diana, ahora que estaba viendo tus fotografías, ¿de quién son los diseños que lucías en esa sesión de fotos?
- Esas fotos me las tomé hace poco en este palacio. Las tomó el fotógrafo peruano Mario Testino, una persona adorable y muy profesional con su trabajo. En las quince fotos hay diseños deCatherine Walker, Hachi, Victor Edelstein. Sus modelos son especiales, me siento cómoda, sencilla y a la vez elegante – respondió Diana.

- Los vestidos están hermosos, con esa soltura y unos colores cálidos. Me doy cuenta que lucías muy alegre y natural.

-  En verdad esas son unas de las fotos que más me han gustado. Ese día me sentía genial, primero fueron los cambios de ropa y después flashes en todos los salones. Recuerdo que Mario puso música durante toda la sesión para hacer el ambiente más agradable y que ambos disfrutáramos de las fotos. Bailaba y cantaba y en los momentos indicados. Mario tomaba la foto y todas salían al natural, sin estar preparadas anteriormente –alegó.

- Es encantador el resultado de esas fotografías y el juego que hacen con los vestidos que usaste, te hacen ver una gracia especial. ¿Tenías algún motivo para haber cambiado tu look anterior y empezar a hacer un cambio en el vestier? – pregunté.

- En ese momento estaba empezando una nueva etapa en mi vida y una de las cosas que eso implicaba era hacer una innovación en el vestuario. Quería cambiar los vestidos de mis años anteriores y reflejar mi alegría y energía. De ahí que la ropa que empezaría a usar sería más sencilla con rasgos de jovialidad pero sin dejar al lado el glamour de una mujer – dijo la princesa.

- ¿Cómo describirías esa nueva línea de vestidos que empezarías a mostrar desde ese momento?

- Considero que son unos vestidos variados, no todos tienen el mismo aire. Hay algunos con escote dejando libres los hombros, algo que le da un toque de feminidad. Unos que son hasta la rodilla y otros que son largos de corte sencillo, para ocasiones más formales. Para actos sin tanta formalidad tengo conjuntos de pantalón y chaqueta, siempre acompañados de los debidos accesorios. Con respecto al material de la ropa, me gusta escoger telas que le den un sentido al vestido; depende de cada modelo, hay materiales que le van bien y otros que no encajan. Para los colores hay unos que más me favorecen, como el negro, blanco, marfil, pasteles, rojo… pero no busco encerrarme únicamente en ellos, me gusta usar varios colores – respondió la princesa.

- Es muy interesante esa mezcla que haces con la ropa y nunca pierdes el estilo y mantienes tu porte como princesa. Sabes elegir correctamente qué usar para cada momento. ¿Cuál sería tu recomendación para las mujeres que quieran darle un cambio a su imagen e incorporar nuevos accesorios a su guardarropa?

- Primero les aconsejaría que cualquier ropa que utilicen sea acorde con su manera de ser, no usar algo por obligación. Es bueno que siempre tengan vestidos para las fiestas de noche, sin exagerar en los tamaños y colores. Si no se quiere usar vestidos y es una ocasión importante es bueno un pantalón largo de vestir con una chaqueta a juego. Para ocasiones que sean informales un jean con una camisa en combinación. Además, en un vestier son indispensables los zapatos, ya sean de tacón bajo o alto; los altos le dan un toque de elegancia y gracia a la mujer. En el temade los accesorios siempre es recomendable no abusar porque se perdería la magia del vestuario, dependiendo de cada vestido se elegirá cuáles se usan. Por ejemplo en vestidos que sean de una sola manga estaría bien unos zarcillos pequeños sin collar para no recargarlo; en caso que seande escote, una gargantilla sencilla y zarcillos cortos o sólo unos zarcillos y dejar libre el cuello para que se note más el escote. Es importante saber que para tener un buen estilo, además del vestuario, también influye la forma en que se lleva la ropa, el porte y la elegancia con que se usen.

- Muy buen consejo, lo tendré en mente cuando esté en apuros. Ahora ya creo que es tiempo dedespedirme, tengo que regresar al futuro y seguir con un trabajo que dejé incompleto y que con esta conversación ya estoy más despejada y tengo grandes ideas para seguir adelante con mi nueva colección. Muchísimas gracias por dedicarme parte de tu tiempo y pasar un momento agradable – dije a la princesa.

- Muchas gracias a ti por compartir parte de tu vida conmigo. Ya sabes que cuando lo necesites puedes observar mis vestidos para que te sirvan de inspiración o si vuelve a suceder nos encontraremos de nuevo en esta época. Fue un placer conocerte y te deseo éxito en tu carrera. Hasta una nueva oportunidad – se despidió Diana.

Así fue como terminamos esta conversación corta pero de muchos conocimientos y experiencias. Nos despedimos con un abrazo y hasta con una foto. Ahora salí de su despacho y mientras caminaba de nuevo por el vestíbulo sentí como todo lo que estaba a mí alrededor iba dando vueltas y vueltas hasta que de repente me encontré una vez más en mi oficina de trabajo; estaba ahora en el presente. En ese momento sin perder tiempo empecé a trabajar y cada vez salían más y diferentes diseños para mi nueva colección. Todas esas nuevas ideas que ahora nadaban en mi cabeza las iba plasmando en mis diseños para llevarlos al desfile que ahora sí esperaba con ansias y que estaba segura sería una gran sorpresa y tendría mucho éxito.


Fuentes:

http://www.univision.com/content/content.jhtml?cid=743557

http://www.cooperativa.cl/p4_noticias/site/artic/20051123/pags/20051123135604.html

http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/newsid_4472000/4472014.stm

http://www.prensalibre.com/vida/moda_y_estilo/Exhibiran-vestido-princesa-Diana-rumbo_0_277772472.html

http://www.hola.com/realeza/casa_inglesa/2010041313833/princesa-diana/vestidos/subasta/1/

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=427008

http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=319355

http://www.mujer.com.py/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=122&Itemid=518



Simón Bolívar: Tantas veces la muerte




Por Marieugenia Morales


1.

De carne y hueso, vestido con sudadera gris, pantalón de trotar y zapatos de goma negros, El Libertador se sentó a mi lado.

Como era de esperarse, me tomó varios minutos comprender y aceptar lo que me estaba pasando. Pero sin duda era él: cejas espesas y arqueadas; rostro alargado; frente ancha surcada por arrugas horizontales; piel tostada por el sol; ojos negros, grandes y de mirada intensa; nariz aguileña; labios un poco gruesos; pómulos pronunciados; mejillas hundidas; barbilla puntiaguda; voz aguda y penetrante.

- Buenos días, señorita –dijo.

Ya no tenía dudas. Era él.

2.

Ocurrió este fin de semana durante un encuentro de médicos forenses estadounidenses realizado en la ciudad de Baltimore [EEUU]. El objetivo de la cita justificaba por sí sola la presencia de El Libertador en persona. Estos científicos-médicos son especialistas en investigar las causas de la muerte de grandes personajes de la historia mundial siguiendo el rastro de sus informes forenses, de su historial de salud, de la alimentación y costumbres de su época, de su ritmo de vida, etc. Simón Bolívar era uno de los objetos de estudio del encuentro. En efecto, así me lo dijo y de muy buen humor: “No podía perderme la oportunidad de saber por fin cuál fue la causa de mi muerte”, y esbozó una sonrisa irónica.

Yo miré a los lados en un intento por encontrar otra persona que entendiera, que me confirmara lo que mis ojos veían, pero la única venezolana de la fila (además de mi insólito vecino de al lado) era yo. El gobierno de mi país se empeñó en enviarme para informar de todo cuanto se dijera sobre el deceso de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, puesto que en los últimos años el actual Jefe del Estado se ha empeñado en sostener que había sido un atentado y no la tuberculosis la causa de la irremediable pérdida.

Sin embargo, el doctor Paul Auwaerter, director de la División de Enfermedades Infecciosas de la Universidad John Hopkins y encargado del Caso Bolívar explicó –durante su intervención de una hora- que el “Gran Hombre” murió víctima de un envenenamiento crónico, es decir, lento y prolongado por años, al consumir agua contaminada de arsénico, e incluso precisó que el envenenamiento pudo comenzar más o menos en 1823 cuando Bolívar se radicó por varios años en las tierras que hoy son peruanas.

El doctor de apellido casi impronunciable fue más allá en la sustentación de su teoría: el mismo componente que habría matado lentamente al Libertador, no sólo estaba presente en el agua de aquellos lares, además era un medicamento de uso común en el siglo XIX y de paso se ha encontrado en los cuerpos de las momias peruanas rescatadas y estudiadas durante la última década.

- ¡Carajo, entonces morí envenenado! –exclamó el General en medio de los aplausos que siguieron a la ponencia médica, y cuando cesó el bullicio, casi en susurros, culminó la idea: “Yo siempre se lo decía a José Palacios, mi mayordomo, ‘ese cafecito sabe raro chico, ese té, jummm… no me convence ¿A ti no te sabe como a remedio esta agua de aquí José?’, pero él me refutaba con ese genio apacible que lo caracterizaba ‘no hombre mi general, son vainas suyas, a mi me sabe igualitico que en Colombia, es más mire como lo bebo con gusto ¡ahhhh!’, y se empinaba la taza hasta el final.”

3.

Salió de la sala de convenciones a paso militar y yo me le fui atrás a toda prisa mientras revolvía el bolso buscando el bolígrafo, la libreta, el grabador, y con un montón de preguntas desordenadas dándome vueltas en la cabeza. Cuando llegamos al lobby le expliqué que era periodista, venezolana y que le pedí que me concediera unos minutos para entrevistarlo.

- Con mucho gusto atenderé a la prensa –dijo con un displicente tono castrista, aunque sin desprecio- como usted sabrá siempre he defendido el derecho de las gentes a informarse, yo mismo fundé un periódico, El Correo…

- Del Orinoco –le interrumpí y de inmediato sentí pena, pues mi emoción me hizo violar una de las reglas de la entrevista de personalidad: nunca interrumpir al entrevistado. Afortunadamente no lo alteró.

- Así es.

Mientras nos acomodábamos en una de las áreas de espera del hotel donde se realizaba la convención médica, vio el grabador y no le gustó: “Por favor tome apuntes con su pluma -me dijo- esos dispositivos con botones y luces no me dan confianza”.
Yo no quería revertir el buen talante que se le notaba, pues había leído que el hombre era temperamental e iracundo en ocasiones. Accedí, pero a cambio le pedí que me permitiera comenzar por un tema delicado y personal. Con expresión cejijunta miró el grabador apagado y aceptó.

- Libertador ¿alguna vez intentó suicidarse?

- La muerte me persiguió toda mi vida. Unas veces yo la deseaba con fervor pero ella no aparecía; otras veces en medio del placer ni imaginaba su existencia; en varias ocasiones la fortuna me salvó de ella; en otras muchas me acosaba y yo le huía como un caballo salvaje; y ciertamente, la idea del suicidio cruzó por mi mente alguna vez.

-En las cartas a su amiga Fanny du Villards del año 1804 usted revela que en una ocasión, su maestro Simón Rodríguez lo vio tan deprimido y resignado que le señaló la locura de dejarse morir en la mitad del camino siendo tan joven ¿qué lo llevó a ese estado?

-En efecto esas cartas a Fanny son del año 1804, pero en ellas me refiero a las penas que pasé entre 1802 y 1803, luego de la muerte de mi única esposa, María Teresa. Fue el primer golpe que me dio la vida siendo hombre. Cierto que mis padres también murieron pero yo era un niño cuando eso pasó. Sin embargo, al morir mi esposa me sentí más solo y abandonado como nunca antes. Despertarme era revivir de nuevo su padecimiento y su muerte. Era reconstruir nuestro amor fugaz. Era una tortura abrir los ojos cada mañana. Pasé muchas horas imaginando formas de quitarme la vida, se lo confieso.

-Sin ánimo de parecer grosera Libertador ¿qué lo detuvo?

-Mi maestro –dijo sin dudar ni un instante-. Digno de su carácter de hombre de ciencias fue paciente y perseverante conmigo. Rodríguez me hizo comprender que existía en la vida de un hombre otra cosa que el amor; y que podía ser muy feliz dedicándome a la ciencia o entregándome a la ambición. Un día, viéndome mejor de salud, comenzó a exaltarme diciéndome todo lo que yo era capaz de hacer por las ciencias o por la libertad de los pueblos, entonces le dije que aquellas empresas no eran posibles para un hombre sin dinero en los bolsillos, enfermo y abatido como lo era yo en aquellos días.

-¿Sin dinero? –pregunté extrañada pero él continuó.

-Rodríguez, prefiero morir, le dije mientras le daba la mano y le suplicaba que me dejara en paz  –Bolívar hablaba con una voz vibrante, como la de un atleta que recuerda su momento cumbre, el momento definitivo que cambió su vida-. Pero él, reaccionó de una forma inesperada para mí: me tomó de las manos y me preguntó ‘¿si fueras rico consentirías en vivir?’. Yo estaba perplejo y sin entender aún sus motivos respondí que sí, entonces se puso a celebrar y a alzar los brazos en dirección al cielo y a decir que yo estaba a salvo.

- ¿Cómo así?, ¿qué celebraba?

- Pues me dijo que yo no estaba arruinado y que al contrario tenía una pequeña pero solvente fortuna de cuatro millones de pesos, pues este hombre que era desordenado en sus propios asuntos y a veces endeudado cuidó de la herencia que me dejó mi padre con tan buen resultado como integridad, pues la multiplicó en un tercio. Para no extenderme más de lo pertinente, le resumo que con ese dinero, en aquellos años y en Paris, eran muchos los amores pasajeros y los amigos de ratos que se podían pagar. En fin de cuentas, salí a celebrar la vida, a olvidar mis penas, mi dolor de viudo joven, de exiliado del amor y de mi país.

- ¿Fue por esa fecha cuando conoció a Anne Laisney?

- Más o menos… a ella la conocí a comienzos del año 1802 –dijo mientras soltó un suspiro algo nostálgico-. Anne era una mujer hermosa e intensa como tantas otras que conocí a lo largo de mi vida, pero lo nuestro fue pasajero. Recuerde que ese mismo año contraje matrimonio con Teresa, luego de una amistad de año y medio aproximadamente.

-Esa mujer es la madre de Flora Tristán, la precursora mundial del feminismo, y es abuela del pintor Paul Gaughin… -la sorpresa me asaltó- ¡Flora es su hija!

-¿Esa es una pregunta o una afirmación señorita? –respondió él evidentemente divertido con mi confusión, pero al ver que yo no podía articular palabra, continuó: Meses después de nuestra aventurilla, Anne me hizo saber que estaba en cinta, pero ella tenía un amante por aquellos días, el coronel peruano Marino Tristán y Moscoso…

Hizo una pausa. Era obvio que ordenaba con cuidado sus ideas para terminar aquella frase. La punta de mi bolígrafo detuvo su trazado azul sobre la hoja de la libreta, creo que dejé de respirar un momento, lo miraba atenta. Él entrecruzó los dedos, bajó los párpados y sin cerrar los ojos, miró hacia el piso.

-Anne tenía un sentido muy pragmático de la vida. Su hija llevó el apellido del Coronel Tristán –la ene quedó flotando entre los dos como si una línea curva y vibrante se extendiera desde su boca hasta mis oídos- y antes de que lo pregunte, a los pocos meses de haber muerto Teresa yo enfermé de… usted sabe… esas enfermedades íntimas, y no tuve más descendencia.

Yo estaba perpleja, la sola idea de que El Libertador hubiera tenido hijos era sobrecogedora, pero no quise importunarlo. Con delicadeza y decencia él se había zafado del aprieto y era obvio que no quería ahondar más.

4.
- Libertador, volvamos al asunto de la muerte. Además de fantasear con las formas de morir ¿alguna vez trató de llevar esos pensamientos a la realidad?

Paseó sus ojos por el lujoso lobby. Miró a las personas que hacían check-in, a los que esperaban frente a los ascensores, a los que salían a tomar un taxi…; los espejos, el piso de mármol, y detuvo su mirada en el techo de madera tallada, como si buscara allí los recuerdos de sus momentos más oscuros. La gente pasaba junto a nosotros sin reparar siquiera en mi interlocutor. Si George Washington se sentara en la plaza Bolívar a dar de comer a las ardillas y a las palomas, nadie lo notaría –pensé.

-Me lleva usted a confesarle asuntos tan privados… sin embargo señorita, 200 años después creo que ya es hora de que me juzguen como un hombre de carne y hueso. En julio de 1812 viví  momentos terribles. Mi hermano Juan Vicente murió en un naufragio los mismos días cuando mi impericia y exceso de confianza me llevó a perder la plaza del Puerto Cabello. Mi corazón se hallaba destrozado. La derrota de Puerto Cabello me hundió en el abatimiento. Pedí perdón de todas las formas posibles a Miranda, le imploré que me diera una licencia para retirarme unos días, pero el permiso no llegó. Un día, estando solo en mi cuadra del cuartel en Caracas, puse la pistola sobre mi sien. En ese preciso instante entró un oficial con un mensaje urgente y confidencial. Apenas vio lo que estaba pasando, pero no se inmutó. Se limitó a cumplir su orden. Era una carta sin remitente que me ponía en alerta sobre una supuesta traición a la causa.

- Fue cuando se produjo la capitulación de Miranda… pero se dice que usted negoció la entrega del Generalísimo y que por esa razón Monteverde le dio una visa a usted y le permitió salir ileso de Venezuela.

-¡Carajo, el país de los rumores! –exclamó airado, golpeó el posabrazos del mueble con su mano izquierda, clavó sus ojos negros en los míos y frunció el ceño: ¡Yo no negocié nada con Monteverde, se-ño-ri-ta!

Dejé fluir un breve silencio entre los dos y le sostuve la mirada con respeto pero sin titubear, entonces en un tono más calmado y reflexivo dijo:

-Hoy me pregunto si en realidad Miranda intentó salvar la naciente iniciativa de Independencia cuando capituló ante los españoles. A veces creo que sí, que quiso darnos un segundo aire a quienes comandábamos la revolución patriota… Pero eso nunca se sabrá… Para nosotros, él entregó la primera República. Esas fueron nuestras evidencias.

-El psiquiatra y escritor venezolano Francisco Herrera Luque cuenta en un relato fabulado sobre usted que después de perder Ocumare de la Costa en el año 16 intentó quitarse la vida…

-¡Jejeje! Ese escritor era talentoso, debo admitirlo. Era un investigador acucioso. Quien sabe dónde y bajo cuáles circunstancias relaté esos hechos y él logró dar con ellos. Pues tal y como él lo cuenta en uno de sus libros, cuando fallé en la toma de Ocumare de la Costa y el ejército patriota perdió importantes dotaciones militares, estaba desesperanzado. Pensaba que ni la guerra a muerte, ni la apremiante convocatoria que hicimos a los esclavos para que se incorporaran al ejército a cambio de su libertad, ni el apoyo a veces expreso a veces velado de Inglaterra harían posible la Independencia. Mis hombres ya estaban dispersos, la flota de Brión que se suponía nos reforzaría en la playa había huido. Yo estaba perdido en mi nuevo fracaso. Caminé un rato por la playa, me recosté de una barcaza abandonada en la arena, desenfundé la pistola y una vez más la puse en mi sien. Esta vez sí halé el gatillo…

Bolívar gestualizaba sus recuerdos: imitó con su mano derecha un arma de fuego, la pegó contra su negra cabellera y se quedó mirando un punto fijo en la estancia del hotel, como si contemplara el horizonte de la playa. Entonces prosiguió:

-Un soldado que surgió de la nada golpeó mi brazo en el último instante y desvió la bala… A  veces llegué a sentir que el demonio dirigía las cosas de mi vida –murmuró con un tono lúgubre.

5.
-Entonces se fue a Haití…

-Así es. A raíz de esa estruendosa derrota me exilé en Haití, pero en esta ocasión la pobreza y la miseria en las que me tocó vivir se hicieron insoportables. Fue en Haití la última vez que tuve ganas de quitarme la vida, de acabar con las derrotas, los errores, la soledad, pero era tan miserable la pensión donde vivía que no tuve ni siquiera la privacidad para hacerlo dignamente.

-¿Soledad Libertador? ¿Pero cómo, si siempre estuvo rodeado de mujeres bellas y de hombres solidarios?

- Ay señorita se nota que usted apenas comienza a vivir. Hay muchas maneras de estar solo. Recuerde que desde niño carecí del más elemental amor de padres, crecí al amparo de tíos y tutores, perdí a mi amada esposa, perdí mis primeras batallas, perdí la primera y la segunda república. Me traicionaron los hombres en los que deposité mi confianza y mi amistad: Miranda, Piar, Páez y Santander –dijo, dejando tres puntos suspensivos en el aire.

-Libertador, ya me ha contado cómo deseó a la muerte y cómo el azar lo salvó varias veces, pero ¿presintió que cercanos suyos planeaban asesinarlo?

-En una guerra uno se espera la muerte en cualquier momento en el campo de batalla, pero la suerte de la guerra es impenetrable para los hombres. Fíjese usted, morí en una cama prestada, desamparado de mis dos patrias y enemistado con mis compañeros de combate.

Él mismo se dio cuenta de que no había respondido mi pregunta, entonces se enderezó en el sillón, aclaró la garganta y prosiguió:

-No me los imaginé. En 1815 en Jamaica me salvé un par de veces. Una noche, para distraerme un rato me fui con una amiga a caminar por la playa. Mi amigo Félix Amestoy me fue a visitar, pero como tardaba mucho se recostó en mi chinchorro. Pues vaya usted a saber que Pío, mi esclavo de toda la vida, se había vendido por unos pesos a una camarilla de españoles para matarme, tomó un cuchillo de destazar cerdos y arremetió contra el cuerpo dormido en la hamaca. Pobre Félix –dijo con tristeza al recordar el suceso.

-¿Y es cierto que una vez sus victimarios fueron a buscarlo en la pensión donde malvivía en Jamaica y resultó que ya lo habían desalojado por no pagar a tiempo?

-No debería avergonzarme ya a estas alturas por eso, pero resulta que sí. Un hombre con tanta fortuna familiar como yo, que crecí sin privaciones, que estudié en Europa, fue echado de una pensión por no pagar a tiempo. Cuando los asesinos pagados llegaron al lugar, yo ya no estaba –parecía que iba a continuar con el relato y de pronto otro recuerdo le atravesó la mente. ¡Ajá! Este cuento le va a entretener, pues en 1818, el año que conocí a Páez, sufrí otro intento de asesinato. Estábamos en un campamento en el Rincón de los Toros, en lo que hoy es el estado Guárico, y un español que se enteró del santo y seña se coló hasta la zona de dormir. Le preguntó al oficial ‘¿cuál es la hamaca de Bolívar?’ y el oficial le señaló con el dedo, entonces arremetió a disparos.

-¿Pero quien era el oficial, salió ileso o resultó herido?

-El oficial era mi querido Santander, quien pensaba que yo estaba en verdad en mi chinchorro, pero no era así. Y respecto a las heridas, otra vez la compañía de una dama me había salvado, pues me encontraba paseando por el bosque con una guajirita que conocí esa tarde.

-El atentado del año 28 siempre es el más destacado por los historiadores.

-Ah seguro que usted conoce la lista de los implicados, de la pena de muerte contra Santander que yo pido cambiar por la del destierro, pero hay algo que usted no conoce sobre ese atentado –indicó con un tono intrigante.

Se inclinó hacia delante, miró a los lados como para asegurarse que nadie más a parte de mí escucharía lo que iba a decir, y bajando el tono de su voz confesó:

- Ya sabe usted que Manuela, la Libertadora del Libertador fue la artífice de mi escape esa noche. Sin embargo, lo que usted no sabe es que esa noche ella me atendía un malestar del cuerpo que no me dejaba dormir. Recuerde que según el médico que habló hace un rato, para el año 28 yo ya estaba bastante envenenado con el agua del Perú ¡jajajaja!
Bueno, lo cierto es que cuando sonaron los disparos y el alboroto, yo me encontraba desnudo en la bañera y ella me leía la correspondencia del día. Al oír la bulla salté del agua y me vestí como mejor pude, pero me di cuenta de que no tenía mis botas, pues las había mandando a pulir.
Señorita, esa noche el Libertador de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú y fundador de Bolivia, saltó por la ventana del cuarto medio vestido de General en Jefe y ¡con botas de mujer!

-¿Cómo que con botas de mujer Libertador?

-Pues así es –me dijo en medio de su propia risa- ¡Me puse las botas finas de tacón de mi Amable Loca porque no encontré las mías y así salí huyendo de aquel atentado tan célebre! ¿Cómo le parece? –dijo aun entre risas.

6.
Yo tomaba notas a toda prisa en mi libreta. Apenas esbozaba palabras y frases: el amores de a ratos, la fortuna, Manuela, botas, soldados, traición, la muerte, la muerte, la muerte…

-La muerte –dijo de pronto como si él estuviera leyendo mis apuntes- fue mi compañera desde el día que nací. Mi padre primero, luego mi madre. Mi amadisimo hermano Juan Vicente. Me quitó también a la mujer que supo darme felicidad en medio de mis primeras derrotas militares, la extrovertida y fogosa Pepita Machado. Me arrebató a mi amigo entrañable, el Mariscal Antonio José de Sucre. Y nunca, jamás me permitió despedirme de ellos. En cambio, a mí me fue robando el aliento poco a poco, como quien ve caer las hojas de un árbol en otoño. Y aún así se ocupó de robarle minutos a mi Manuela, quien no llegó a tiempo a Santa Marta para darme el último beso.

No lloró. Se quedó en silencio recordando sus muertos, sus amores, sus amigos, sus despedidas inacabadas.
Yo pensaba en la muerte, tantas veces la muerte trató de llevárselo y no lo logró sino cuando el destierro de los españoles del suelo americano estuvo completo. ¿Y si Pío lo hubiera matado? ¿y si la bala hubiera roto su craneo en Ocumare de la Costa?

No fue sino hasta ese momento cuando noté que sus pequeños pies apenas tocaban el piso. Casi parecía un niño viejo. Era menudo, como un jinete de carreras. Se me ocurrió pensar que “con razón pudo calzar las botas de Manuelita” y me causó gracia el asunto.

-General Bolívar ¿si no hubiera muerto en Santa Marta, que habría hecho con su vida?

El Libertador emergió de la nostalgia, se arrellanó en el sillón y con una expresión libre de tristeza respondió:

- Me habría llevado a Manuela a Europa. Habría envejecido con ella lejos de tanta maldad y envidia que nos rodeó todo el tiempo desde que la conocí en 1822. Habría buscado a Flora, para ayudarla de alguna manera. Supe que ella pasó muchos trabajos. Habría vivido lo suficiente para leer las ideas de Karl Marx sobre mí, lo habría invitado a beber un café para aclararle sus imprecisiones sobre mi vida –hizo una pausa reflexiva y exclamó: ¡Al menos lo habría convencido de que existí! –y esbozó una sonrisa.

-A estas alturas de su muerte ¿De qué se arrepiente?

-Después de repasar mi vida con usted, después de revivir errores y aciertos, y después de lo que hemos visto hoy en esta convención… -quizá se arrepentía de haber mandado a fusilar a Piar, o de haber detenido a Miranda, o de no haberse casado con Manuela- pues me arrepiento de no haber sido más firme con mi mayordomo cuando insistía en darme a beber de esa agua de tan mal sabor! –y soltó la carcajada.

En ese instante sentí que me sacudían gentilmente el brazo izquierdo. Era uno de los organizadores de la convención para informarme que estaba por comenzar la ponencia del doctor Auwaerter, “como usted es de Venezuela pensé que le interesaría estar presente”, me dijo. Cuando volví la mirada a mi derecha, Bolívar ya no estaba.

Me quedé mirando el sillón vacío. Estaba confundida. Entonces noté que aún sujetaba la libreta de notas con mi mano izquierda. Al abrirla estaba en blanco.



Fuentes:


HERRERA LUQUE, Francisco: Bolívar en vivo. Otero Ediciones. Caracas-Venezuela, 2008.


HERRERA LUQUE, Francisco: El vuelo del alcatraz. Monte Ávila Editores Latinoamericanos. Caracas-Venezuela, 2006.


GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel: El general en su laberinto. Editorial Norma. Bogotá-Colombia, 2008.


GOÑI, Fermín: Los sueños de un Libertador. Rocaeditorial. Colombia, 2009.


PINO ITURRIETA, Elías: Simón Bolívar. Editora El Nacional. Caracas-Venezuela, 2009.


SANCHEZ ROCA, Mariano (compilador): Simón Bolívar. Obras Completas. Tomos I, II y III. Ediciones Lisama. Caracas, 1947.


S/A: Las más hermosas cartas de Amor entre Manuelita y Simón. Fundación Editorial el perro y la rana. Caracas, 2006.




PERIÓDICOS
Diario Tal Cual: Encarte aniversario “200 años de independencia. 10 años de periodismo claro y raspao”, Caracas, 30 abril de 2010.




PÁGINAS WEB:


http://manuelalibertadora.blogspot.com
Blog peruano sobre la vida de Manuela Saenz 


http://www.radioteca.net/verserie.php?pagina=1&id=3398 
Página ecuatoriana para el intercambio de producciones radiales. Serie “Entrevistas a Simón Bolívar”


http://perso.wanadoo.es/prensanacional/marx_contra_bolivar.htm: 
Página argentina para el intercambio de documentos. “Carlos Marx contra el Libertador Simón Bolívar”


http://simon-bolivar.org
Página venezolana sobre la vida de Simón Bolívar


http://www.youtube.com/watch?v=o1lXO7Yg_NU
Video digitalizado que muestra cómo se vería Bolívar en persona