domingo, 24 de junio de 2012

El enigma de Amiens o cómo conversé con Julio Verne bebiendo Coca Cola


Por Carlos García

- ¡identificación por favor! – repetía por tercera vez el vigilante frente a mí.

No era que no escuchara aquella voz fuerte que repetía por tercera vez que le mostrara mi identificación, sino que de algún extraño modo me sentía ido, primero por el lugar donde estaba ingresando, el muy reconocido MIT (Massachusetts Institute of Technology), cuna de la ciencia y la tecnología de estos días. No puedo negarlo, el lugar me intimidaba, toda la protección que había presenciado en diferentes lugares donde había ido quedaban en pañales frente a todo el despliegue de seguridad del que estaba siendo testigo: cámaras, escáneres de retina, huellas dactilares y de temperatura,…

Pero eso no era el motivo de mi abstracción mental, no podía dejar de pensar en el porqué de estar allí. Hace poco más de un mes, recibí un muy inquietante correo electrónico de mi amigo Juan Cabello, quien era el único investigador venezolano trabajando en el MIT, trabajaba en el área de física cuántica y aunque por razones evidentes ya no manteníamos el mismo contacto de nuestros años de universidad, cada cierto tiempo nos escribíamos y manteníamos un contacto constante dentro de las circunstancias que nos rodeaban. En dicho correo hablaba Juan de un proyecto en el que estaba trabajando, que prácticamente consumía 24.9 horas de su día a día. No era un proyecto militar ni tampoco privado, y muchos gobiernos del mundo financiaban los fondos de dicho proyecto. Nunca quiso contarme de la naturaleza del mismo respondiendo mis preguntas al respecto con un "ya lo sabrás" que no hacía sino incrementar mi curiosidad. Siempre me abstraía en mis actividades después de un tiempo de leer sus correos cuando llegaba otro nuevo y nuevamente comenzaba a sentir ansiedad por saber qué hacia Juan y su equipo, debido en parte a que pese que elegí una carrera técnica, siempre ha estado en mí el ansia por la investigación.

El día 15 de marzo recibí el más inquietante de sus correos, el cual llevaba por asunto: “¡LO LOGRAMOS!”. Estupefacto leí su resumen sobre dicho proyecto: un dispositivo que podía manipular a destajo la curvatura tiempo-espacio logrando con ello traer en cuerpo y alma a cualquier persona del pasado. Me contó que de manera sorprendente la máquina no trabajaba con objetos, ya que después de muchas fallas lograron obtener la ecuación con la cual el alma humana, la conciencia, el ser interior, era el elemento que se requería para realizar el proceso completo. Debo ser honesto, lo primero que pensé al leer dichas palabras era que Juan se había vuelto loco, que tanta presión había pulverizado su cordura y que tal vez necesitaba una semana en Choroní, como en los viejos tiempos. Al responder mi mail, una retahíla de risas escritas eran el preámbulo de otra frase que me dejó mas desconcertado aún: "sabía que no me creerías, ya lo verás por ti mismo".

Y luego de un mes exacto de aquel correo, estoy siendo escaneado por los vigilantes del MIT para poder acceder al departamento de física cuántica donde trabaja Juan. Luego de varios papeleos, preguntas, requisas y malas caras, por fin me dan el acceso que requiero y logro acceder. Puedo ver a Juan a lo lejos y luego de un abrazo y los saludos de rigor, pasamos a su pequeña oficina.

- Disculpa que no salí a recibirte, hemos estado full con todo esto y no he tenido casi tiempo para otra cosa.
Su poblada barba, su olor corporal y su delgadez no hicieron sino corroborar lo que decía. Era evidente que estaba absorto en lo que fuera que estaría haciendo. Su oficina evidenciaba el escenario de alguien completamente concentrado: un montón de mapas de todo el mundo con lugares marcados, fotografías antiguas y nuevas de lugares antiguos, viejos libros apilados donde pudieran apilarse, sólo hicieron que mí ceño se frunciera más y más.

-Marico, me pediste que viniera desde Venezuela, me pagaste pasaje, estadía, me trajiste sin saber ni una pista del porqué, ahora que estamos frente a frente, ¿qué mierda estoy haciendo aquí y que tengo que ver con tu investigación?

-Cuando te escribí el mail donde te explicaba el proyecto –aquel que no me creíste-, era el primer resultado exitoso que teníamos, y el único hasta ahora. Entiendo que no me creyeras porque es algo que escapa a todo raciocinio humano, pero créeme, lo que logramos va a cambiar muchas de las concepciones que hasta ahora existen de temas como física e historia.

-Pues no has respondido mi pregunta, ¿qué tiene que ver conmigo?
Juan caminó hacia la ventana como queriendo dar más suspenso a la respuesta que estaba a punto de dar, lográndolo con creces, sonrió un poco y sin dejar de ver por la ventana como mirando a un nuevo horizonte que existirá después de responder mi pregunta, habló.

-Chamo, hemos traído a Julio Verne a nuestro tiempo.
Mi estado de estupefacción no era normal. Conocía demasiado a Juan para saber que no mentía, y dadas las circunstancias y las dificultades para estar allí, pues más seguridad me dio que no era mentira.

-Pero, ¿cómo? O sea, ¿cómo lo lograron?

-Dejaré que él mismo te lo explique, está esperando por ti en su cuarto.
Respondiendo mi pregunta, sólo quede con más dudas. Es cierto que soy el único  venezolano miembro de la sociedad Julio Verne en París, es cierto que mi tesis de doctorado estuvo basado en ciertas anotaciones que dejó en uno de sus libros inconclusos - Prodigieuse découverte et ses incalculables conséquences sur les destinées du monde-, que mantengo un blog con análisis de sus obras, ¿pero por qué yo?
Juan me explico que Verne llevaba ya un mes en el MIT, que se había familiarizado rápidamente con la tecnología actual y que en una oportunidad Juan le había hablado de mi admiración por él y mostrado algunos de mis trabajos analizando desde diferentes puntos de vista sus obras. Y al acercarse la fecha de una futura rueda de prensa que se dará para dar a conocer el proyecto, el mismo Verne había solicitado que fuese yo la primera persona con quien dar la noticia de su regreso en el tiempo. Casi me caigo cuando escuché dichas palabras.

-Como te dije, él mismo te explicará cómo lo trajimos al hoy en día, toma tu saco y vamos, allá está todo dispuesto.

Me costó levantarme de la silla, caminar fue más difícil aún. El solo hecho de encontrarme con alguien que regreso del pasado y que ese alguien fuese mi admirado Julio Verne dio para que todos mis nervios se activaran y mi piel se volviera de gallina.

-¡Cálmate marico! Así de asustado no podrás desempeñarte bien, además, Verne es un tipo amabilísimo, ya verás.

Luego de flanquear cualquier cantidad de barreras y puestos de seguridad, llegamos a la que era su habitación en el MIT. A pesar de la seguridad estricta del lugar, Juan me contó que Verne pidió específicamente un cuarto con una ventana muy grande, por lo que dispusieron una de las oficinas del antiguo rectorado como habitación para él. Al abrir la puerta me encontré con un panorama inimaginado: libros y mobiliario antiguo convivían plácidamente con artefactos de esta época, así ediciones antiquísimas de HG Wells reposaban junto a tres laptops de última generación, una lámpara de latón y cristal de opalina daba la luz que se reflejaba en un Sony Bravia de 48 pulgadas, una vieja tetera victoriana era la hermana menor de un muy grande horno de microondas, y así cientos de ejemplos que evidenciaban un grado de adaptación coherente para el tiempo actual y del que llegó.

-Verne no está, debe haber ido a caminar al campus, generalmente lo hace en las tardes, cuando no hay mucha gente en él.

Le pregunté angustiado como permitían eso, que si no temían que escapara o que lo secuestraran. Me explicó que Verne fue muy cooperativo desde el principio entendiendo a cabalidad su situación. Que al principio sí salía con escoltas. Pero que al ver que nada malo sucedía decidieron que no eran necesarios. En cuanto al secuestro, me dio la más clara de las respuestas: "Marico, ¿quién lo va a reconocer?, y si lo reconocieran, ¿quién creería que es realmente él?".

La puerta se abrió y un señor alto, de barba poblada pero finamente recortada, vestido con un traje gris y una bufanda negra entró y cerró la puerta. No cabía duda, era Verne, no un actor, no un imitador, para mí que conocía la verdad no me cupo duda al verlo, era Julio Gabriel Verne en persona frente a mí.

-Estimado John, el verde del pasto está delicioso para la vista, ¡es increíble como lo mantienen! -dijo en un 
inglés afrancesado y poco pulido-. Hablaba con Erik, uno de los jardineros quien amablemente me explico el proceso de siembra, riego y cuidado del pasto. Por su cara sé lo que preguntará, ya debería estar acostumbrado a mi respuesta, y es la misma, no, no le revelé mi identidad, para él sólo era un viejo profesor francés que no sabía nada de jardinería.

-Usted debe ser Monsieur Vetancourt, el famoso Carlos Vetancourt -me dijo mientras me tendía su mano para estrecharla, pareciéndome muy bizarro que el mismísimo Julio Verne me llamara famoso.

-Es un honor indescriptible Monsieur Verne, no tiene idea de lo que esto significa para mí.

-Pamplinas está exagerando -dijo mostrando una modestia muy genuina-, sólo soy alguien a quien la diosa fortuna sonrió e hizo feliz durante su vida.

-Los dejo, sé que tienen mucho de qué hablar -dijo Juan mientras estrechaba mi mano y luego la de Verne-, vendré en un par de horas para llevarte a la salida Carlos.

Dos horas era el tiempo que tenía para efectuar la entrevista más importante de la historia reciente. Ciento veinte minutos para indagar en una de las mentes más brillantes de los últimos 200 años. Siete mil doscientos segundos que se me hicieron cortos para todo lo que podía preguntarme y que por el factor sorpresa no pude permitirme.

-Siéntese Monsieur Vetancourt, relájese, se nota nervioso, no soy ni seré una amenaza más allá de la de aburrirlo con mi labia algo efervescente.

-Como podrá entender la primera pregunta es obligada: ¿Cómo llegó aquí?

-Jejejeje, no podía ser de otra manera Monsieur Vetancourt, déjeme explicarle. Los muy inteligentes científicos del MIT desarrollaron un dispositivo capaz de vencer las barreras del tiempo y el espacio. Según lo que me pudieron explicar dicho dispositivo altera no sólo la realidad en ambos ejes -tiempo y espacio- como las conocemos, sino que además le agrega un nuevo elemento que hace posible que gente como yo, que venimos del pasado, podamos literalmente saltar dicha barrera y crear un campo intrínseco que une el punto exacto del pasado de donde somos originarios con el punto del futuro de donde somos reclamados.
Me sorprendió la elocuencia científica y muy actualizada con que Verne me hablaba, no parecía alguien que viene del pasado remoto, sino un científico del presente.

-Jajajajaja, Monsieur Vetancourt, no es sino una habilidad tremenda para explicar los más recónditos misterios de la ciencia que tienen todos los integrantes de este proyecto y que se han dignado a la tarea de explicar cuanta pregunta he formulado para ellos. Déjeme proseguir si no le molesta.

-En absoluto, continúe Monsieur Verne.

-Como le iba diciendo, dicho dispositivo permite al equipo del proyecto traer de uno de los tantos pasados dimensionales que existen a alguien, pero para ello deben cumplirse ciertos requisitos, como saber exactamente la fecha, hora, minuto, segundo en lo que se refiere a tiempo; el lugar en coordenadas x,y,z en cuanto a localización, además de otro tipo de coordenadas que no podría explicarle yo ahorita; para que el dispositivo genere un mapa cuántico por el cual el equipo del proyecto pueda generar un portal espacio-tiempo por el cual pueden traer a una persona de algún pasado dimensional. Claro está que soy Julio Verne a mis cincuenta y cinco años -ya que se elaboró mi mapa cuántico para 1883- pero no soy el Julio Verne de este universo, soy un Verne de un universo y realidad paralela donde a esa edad y en esa fecha desaparecí, sólo que no fue que desaparecí sino que me trajeron por este medio, ¿logra entenderme Monsieur Vetancourt?

-Pues, se ha explicado muy bien Monsieur Verne, me sorprende mucho el nivel de conocimiento que tiene a pesar de no pertenecer a esta época.

-Es que llevo dos meses empapándome de todo cuanto he podido, gracias a la tecnología de su tiempo es posible que alguien como yo, totalmente ajeno a mucho de lo que me he encontrado, como interfaces entre 
sus ordenadores y alguien que prácticamente viene de la prehistoria, pueda perfectamente amoldarse a ellos y así poder investigar cualquier cosa en la vasta red de información que ustedes han creado y que veo se desperdicia de un modo que alguien como yo no puede sino alzar su voz de rechazo.

-Por sus palabras debo inferir que ha tenido contacto con tecnologías como Internet.

-Oh sí Monsieur Vetancourt, es apasionante ver cuánta información puede encontrarse tan fácilmente, he estado prácticamente actualizándome desde mi llegada, fíjese que mi inglés, que tanto me costó aprender en mi época es ahora más fluido y entendible y seguramente en pocas semanas estaré hablando perfectamente. Me ha interesado leer mucho acerca de historia, ciencia, tecnología, pero no entiendo como un vasto universo de información parece perderse entre tanta banalidad junta. En mi época los artistas eran muy poco conocidos, hoy en día todo el mundo parece girar en torno a ellos, es irónico.

-Ahora que menciona a la historia, la ciencia y la tecnología, ¿qué aspectos del siglo XX en esos tres temas le han llamado la atención o sorprendido?

-Comenzaré por la tecnología, eso del Internet es algo que humanamente hablando era imposible prever aún para mí; el que cualquier persona tenga acceso a ese cumulo de información es algo más que revolucionario, algo trascendental, creo que la gente de su tiempo aún está deslumbrada con su poderío y no ha encausado de forma idónea su potencial, ojalá suceda y no sucumba ante la vulgaridad. Para la ciencia escogería por supuesto la llegada del hombre a la luna. Cuando escribí De la Terre à la Lune lo escribí más como un ensayo de lo imposible que como un cuento que inspirara a la gente a cometer tal locura. Fue tanto el alboroto y la fama que llegó a alcanzar dicho libro que nadie se atrevió a cuestionar mi método, estando plagado de tantas inconsistencias y errores que ni yo mismo pude prever. Hoy en día, cuando leo el cómo fue lograda esa hazaña, mi relato queda como un cuento infantil, cuando en aquella época se logró tomar tan en serio que recibí miles de propuestas de todo el mundo para construir un cañón gigante con que poder lograrlo, lo cual sólo me da la certeza de que el ser humano en aras de alcanzar un sueño es capaz de considerar cualquier cosa por más inverosímil que sea para una lógica racional.

-¿Y en historia?

-La Segunda Guerra Mundial sin duda alguna, demostración fehaciente de que aún no estamos preparados para convivir en paz. Cuando vivía en el siglo XIX, lo más barbárico de lo que fuimos testigos aquellos que vivíamos en el mundo occidental era Napoleón y su campaña, como francés leí mucho acerca de Napoleón, algunos defendiéndolo y otros despotricando. Pero ni en mi más oscuro periodo de raciocinio pude prever que algo así sucediera. Es cierto que escribí Les cinq cents millions de la Bégum pensando en un hipotético imperio germánico, y que Herr Schultze tiene muchas similitudes con este señor Hitler, pero como le dije, no pude haber tenido un tino de cuanto horror puede causar un solo hombre y sus ideales. Ha sido espantoso descubrir hasta qué punto el alma humana puede corromperse tanto que seamos capaces de generar tanto odio y destrucción, eso de la mano de la tecnología es el castigo más nefasto que pudiera obtener la humanidad a cambio de los beneficios que esta le otorga. Si bien estuve consciente de eso durante mi vida madura, jamás pensé que mis peores presagios se traducirían en algo real.
En este punto noté a Verne cabizbajo, había leído que durante su etapa adulta y hasta el final de sus días profesó un dejo de desilusión ante la humanidad pensando que algún día los avances científicos pudieran ser la perdición para la humanidad, y aunque éste Verne no vivió hasta lo que se supone fue su muerte, de algún modo esa desesperanza se mantuvo y la lectura de la historia reciente sólo la avivó.

-Veo que tiene muchos artefactos modernos Monsieur Verne, ¿cuál de ellos diría que es su favorito o el que más ha usado desde su llegada a esta época?

-Pues, si es por el uso y la importancia no me cabe duda que sería el ordenador. En mi época conseguir información acerca de lugares lejanos siempre fue un dilema, sobre todo por la gran limitante del idioma. Cuando alcancé fama, era la misma gente la que me enviaba grandes volúmenes de enciclopedias de todo tipo, lo cual no sólo facilitaba mi trabajo sino que hacía que mi biblioteca se llenara cada vez más -en este punto se rió y yo me reconforté por ello- pero ahora todo está tan fácil de buscar, tan a la mano que como le mencioné me parece sorprendente el modo en que se desperdicia tanta información. Por ejemplo, para Le Superbe Orénoque me guié por un volumen que el mismo gobierno de su país tuvo el privilegio de enviarme, cinco tomos con descripciones detalladas de la geografía de su país, pocas fotografías, muchas ilustraciones, que fueron las que avivaron mi imaginación y me permitieron escribir la novela. Hoy no sólo puedo leer información de esa enigmática zona de su país llamada Canaima, sino que puedo ver fotografías, imágenes en movimiento que aún me resisto a llamarlas de un modo tan vago como le dicen ustedes – videos-, estudios completos acerca de su flora, fauna, suelos; si hubiese tenido tanta cantidad de información no hubiese hecho una sino diez novelas ambientadas allí, mi muy estimado Monsieur Vetancourt. Pero le seré honesto, si debo elegir por gusto personal uno de los artilugios que adornan esta habitación, no me cabe duda que me quedaría con el que ustedes llaman horno de microondas, para alguien que vivió su infancia en el campo, que vivió una etapa bohemia en un parís nada extrañable, que intentó en vano hacerse un hombre de mar, y que trabajó en su casa durante casi toda su vida, ¡una comida caliente resultaba el más suculento de los placeres conocidos!
Ya había logrado rescatar su buen humor, así que en este punto decidí tocar otros temas con el fin de conocer su opinión.

-¿Qué le ha sorprendido del mundo actual?

-Cualquiera pensaría que diré que el libertinaje, pero más bien para mi resulta cómodo pensar en una igualdad de sexos como la que hoy en día existe, no obstante sin caer en melancolías por otras épocas, el respeto y la convivencia entre hombres y mujeres se producía de mejor forma que ahorita, con todas las diferencias generacionales de cien años y poco más.

-¿Qué extraña de su vida en el siglo XIX?

-A Honorine, ni siquiera una diferencia de tantos años hará que olvide a quien fue y será el gran amor de mi vida. Sé que estoy en un lugar mejor del que estaba, pero aún así no hay momento en el que no me pregunte que opinaría ella de esto o esto otro, no hay día en que no piense en ella y la extrañe como un colegial extraña a su primer amor.
Volvió a ponerse melancólico así que le arranqué otra duda que me carcomía.

-Usted ha sido señalado como un visionario, alguien adelantado a su tiempo, ¿qué opinión le merece ver gran parte de esas predicciones hechas realidad?

-Bueno, la verdad es que no fui el profeta que todo el mundo dice que fui, sólo pensaba en la ciencia como una dirección recta y visualizaba hacia donde podía dirigirse. El globo ya existía cuando escribí Cinq semaines en ballon, el submarino o el concepto de una máquina para viajar bajo el agua ya había sido inventado por los italianos antes de Vingt mille lieues sous les mers, pero otros inventos como la máquina de enviar imágenes a través del telégrafo de Paris au XXème siècle fueron mero producto de mi imaginación, pensando que algún día se iba a poder lograr tal hazaña, que el tiempo me diera la razón lo veo más como un ejercicio de extraordinaria coincidencia que una especie de visión futurista que nunca tuve.
Juan abrió la puerta y fue allí que supe que mi tiempo con Verne había culminado. Monsieur Verne agradeció mi visita y se comprometió a una nueva conversación en el futuro próximo. Algo resignado comencé a revisar mis notas mientras Juan y Verne se prestaban a salir, puesto que tenían un compromiso establecido antes de mi conversación, y noté que si bien Verne me había explicado el proceso por el cual fue transportado, no había mencionado como habían establecido sus coordenadas exactas.

- Monsieur Verne, una última pregunta.

-Dígame Monsieur Vetancourt.

-De acuerdo a la explicación que me dio del cómo llegó, ¿cómo establecieron las variables de tiempo, espacio y demás para poder transportarlo de su tiempo a este?

-Jejejeje, creo que John puede explicarle mejor que yo esa parte mi estimado Monsieur Vetancourt -dijo refiriéndose a Juan mientras se colocaba el saco de su elegante traje.

-Pues -dijo Juan- encontramos unos manuscritos dentro de la tumba de Verne en Amiens, más exactamente dentro de la estatua de su efigie, en ellos se detallaban las ecuaciones necesarias para poder completar el proyecto, especificaciones técnicas de cómo debía construirse la maquina, y datos de las variables necesarias para poder transportarlo a él desde su época.

Juan y Verne rieron viendo mi cara de estupefacción y a la vez que se despedían charlaban jocosamente acerca de esto último. Un guardia de seguridad vino por mí y me escoltó a la salida, sólo podía pensar en que Verne era más de lo que pensaba, sólo que como buen francés nunca se mostró tal cual era en realidad.

Fuentes:

Webs consultadas:
·         http://www.jverne.net/

Libros consultados:
·         El Soberbio Orinoco, Julio Verne, Editorial Hyspamerica, 1979
·         Yo, Julio Verne, J.J. Benítez, Editorial Planeta, 2004

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