viernes, 15 de junio de 2012

Simón Bolívar: Tantas veces la muerte




Por Marieugenia Morales


1.

De carne y hueso, vestido con sudadera gris, pantalón de trotar y zapatos de goma negros, El Libertador se sentó a mi lado.

Como era de esperarse, me tomó varios minutos comprender y aceptar lo que me estaba pasando. Pero sin duda era él: cejas espesas y arqueadas; rostro alargado; frente ancha surcada por arrugas horizontales; piel tostada por el sol; ojos negros, grandes y de mirada intensa; nariz aguileña; labios un poco gruesos; pómulos pronunciados; mejillas hundidas; barbilla puntiaguda; voz aguda y penetrante.

- Buenos días, señorita –dijo.

Ya no tenía dudas. Era él.

2.

Ocurrió este fin de semana durante un encuentro de médicos forenses estadounidenses realizado en la ciudad de Baltimore [EEUU]. El objetivo de la cita justificaba por sí sola la presencia de El Libertador en persona. Estos científicos-médicos son especialistas en investigar las causas de la muerte de grandes personajes de la historia mundial siguiendo el rastro de sus informes forenses, de su historial de salud, de la alimentación y costumbres de su época, de su ritmo de vida, etc. Simón Bolívar era uno de los objetos de estudio del encuentro. En efecto, así me lo dijo y de muy buen humor: “No podía perderme la oportunidad de saber por fin cuál fue la causa de mi muerte”, y esbozó una sonrisa irónica.

Yo miré a los lados en un intento por encontrar otra persona que entendiera, que me confirmara lo que mis ojos veían, pero la única venezolana de la fila (además de mi insólito vecino de al lado) era yo. El gobierno de mi país se empeñó en enviarme para informar de todo cuanto se dijera sobre el deceso de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, puesto que en los últimos años el actual Jefe del Estado se ha empeñado en sostener que había sido un atentado y no la tuberculosis la causa de la irremediable pérdida.

Sin embargo, el doctor Paul Auwaerter, director de la División de Enfermedades Infecciosas de la Universidad John Hopkins y encargado del Caso Bolívar explicó –durante su intervención de una hora- que el “Gran Hombre” murió víctima de un envenenamiento crónico, es decir, lento y prolongado por años, al consumir agua contaminada de arsénico, e incluso precisó que el envenenamiento pudo comenzar más o menos en 1823 cuando Bolívar se radicó por varios años en las tierras que hoy son peruanas.

El doctor de apellido casi impronunciable fue más allá en la sustentación de su teoría: el mismo componente que habría matado lentamente al Libertador, no sólo estaba presente en el agua de aquellos lares, además era un medicamento de uso común en el siglo XIX y de paso se ha encontrado en los cuerpos de las momias peruanas rescatadas y estudiadas durante la última década.

- ¡Carajo, entonces morí envenenado! –exclamó el General en medio de los aplausos que siguieron a la ponencia médica, y cuando cesó el bullicio, casi en susurros, culminó la idea: “Yo siempre se lo decía a José Palacios, mi mayordomo, ‘ese cafecito sabe raro chico, ese té, jummm… no me convence ¿A ti no te sabe como a remedio esta agua de aquí José?’, pero él me refutaba con ese genio apacible que lo caracterizaba ‘no hombre mi general, son vainas suyas, a mi me sabe igualitico que en Colombia, es más mire como lo bebo con gusto ¡ahhhh!’, y se empinaba la taza hasta el final.”

3.

Salió de la sala de convenciones a paso militar y yo me le fui atrás a toda prisa mientras revolvía el bolso buscando el bolígrafo, la libreta, el grabador, y con un montón de preguntas desordenadas dándome vueltas en la cabeza. Cuando llegamos al lobby le expliqué que era periodista, venezolana y que le pedí que me concediera unos minutos para entrevistarlo.

- Con mucho gusto atenderé a la prensa –dijo con un displicente tono castrista, aunque sin desprecio- como usted sabrá siempre he defendido el derecho de las gentes a informarse, yo mismo fundé un periódico, El Correo…

- Del Orinoco –le interrumpí y de inmediato sentí pena, pues mi emoción me hizo violar una de las reglas de la entrevista de personalidad: nunca interrumpir al entrevistado. Afortunadamente no lo alteró.

- Así es.

Mientras nos acomodábamos en una de las áreas de espera del hotel donde se realizaba la convención médica, vio el grabador y no le gustó: “Por favor tome apuntes con su pluma -me dijo- esos dispositivos con botones y luces no me dan confianza”.
Yo no quería revertir el buen talante que se le notaba, pues había leído que el hombre era temperamental e iracundo en ocasiones. Accedí, pero a cambio le pedí que me permitiera comenzar por un tema delicado y personal. Con expresión cejijunta miró el grabador apagado y aceptó.

- Libertador ¿alguna vez intentó suicidarse?

- La muerte me persiguió toda mi vida. Unas veces yo la deseaba con fervor pero ella no aparecía; otras veces en medio del placer ni imaginaba su existencia; en varias ocasiones la fortuna me salvó de ella; en otras muchas me acosaba y yo le huía como un caballo salvaje; y ciertamente, la idea del suicidio cruzó por mi mente alguna vez.

-En las cartas a su amiga Fanny du Villards del año 1804 usted revela que en una ocasión, su maestro Simón Rodríguez lo vio tan deprimido y resignado que le señaló la locura de dejarse morir en la mitad del camino siendo tan joven ¿qué lo llevó a ese estado?

-En efecto esas cartas a Fanny son del año 1804, pero en ellas me refiero a las penas que pasé entre 1802 y 1803, luego de la muerte de mi única esposa, María Teresa. Fue el primer golpe que me dio la vida siendo hombre. Cierto que mis padres también murieron pero yo era un niño cuando eso pasó. Sin embargo, al morir mi esposa me sentí más solo y abandonado como nunca antes. Despertarme era revivir de nuevo su padecimiento y su muerte. Era reconstruir nuestro amor fugaz. Era una tortura abrir los ojos cada mañana. Pasé muchas horas imaginando formas de quitarme la vida, se lo confieso.

-Sin ánimo de parecer grosera Libertador ¿qué lo detuvo?

-Mi maestro –dijo sin dudar ni un instante-. Digno de su carácter de hombre de ciencias fue paciente y perseverante conmigo. Rodríguez me hizo comprender que existía en la vida de un hombre otra cosa que el amor; y que podía ser muy feliz dedicándome a la ciencia o entregándome a la ambición. Un día, viéndome mejor de salud, comenzó a exaltarme diciéndome todo lo que yo era capaz de hacer por las ciencias o por la libertad de los pueblos, entonces le dije que aquellas empresas no eran posibles para un hombre sin dinero en los bolsillos, enfermo y abatido como lo era yo en aquellos días.

-¿Sin dinero? –pregunté extrañada pero él continuó.

-Rodríguez, prefiero morir, le dije mientras le daba la mano y le suplicaba que me dejara en paz  –Bolívar hablaba con una voz vibrante, como la de un atleta que recuerda su momento cumbre, el momento definitivo que cambió su vida-. Pero él, reaccionó de una forma inesperada para mí: me tomó de las manos y me preguntó ‘¿si fueras rico consentirías en vivir?’. Yo estaba perplejo y sin entender aún sus motivos respondí que sí, entonces se puso a celebrar y a alzar los brazos en dirección al cielo y a decir que yo estaba a salvo.

- ¿Cómo así?, ¿qué celebraba?

- Pues me dijo que yo no estaba arruinado y que al contrario tenía una pequeña pero solvente fortuna de cuatro millones de pesos, pues este hombre que era desordenado en sus propios asuntos y a veces endeudado cuidó de la herencia que me dejó mi padre con tan buen resultado como integridad, pues la multiplicó en un tercio. Para no extenderme más de lo pertinente, le resumo que con ese dinero, en aquellos años y en Paris, eran muchos los amores pasajeros y los amigos de ratos que se podían pagar. En fin de cuentas, salí a celebrar la vida, a olvidar mis penas, mi dolor de viudo joven, de exiliado del amor y de mi país.

- ¿Fue por esa fecha cuando conoció a Anne Laisney?

- Más o menos… a ella la conocí a comienzos del año 1802 –dijo mientras soltó un suspiro algo nostálgico-. Anne era una mujer hermosa e intensa como tantas otras que conocí a lo largo de mi vida, pero lo nuestro fue pasajero. Recuerde que ese mismo año contraje matrimonio con Teresa, luego de una amistad de año y medio aproximadamente.

-Esa mujer es la madre de Flora Tristán, la precursora mundial del feminismo, y es abuela del pintor Paul Gaughin… -la sorpresa me asaltó- ¡Flora es su hija!

-¿Esa es una pregunta o una afirmación señorita? –respondió él evidentemente divertido con mi confusión, pero al ver que yo no podía articular palabra, continuó: Meses después de nuestra aventurilla, Anne me hizo saber que estaba en cinta, pero ella tenía un amante por aquellos días, el coronel peruano Marino Tristán y Moscoso…

Hizo una pausa. Era obvio que ordenaba con cuidado sus ideas para terminar aquella frase. La punta de mi bolígrafo detuvo su trazado azul sobre la hoja de la libreta, creo que dejé de respirar un momento, lo miraba atenta. Él entrecruzó los dedos, bajó los párpados y sin cerrar los ojos, miró hacia el piso.

-Anne tenía un sentido muy pragmático de la vida. Su hija llevó el apellido del Coronel Tristán –la ene quedó flotando entre los dos como si una línea curva y vibrante se extendiera desde su boca hasta mis oídos- y antes de que lo pregunte, a los pocos meses de haber muerto Teresa yo enfermé de… usted sabe… esas enfermedades íntimas, y no tuve más descendencia.

Yo estaba perpleja, la sola idea de que El Libertador hubiera tenido hijos era sobrecogedora, pero no quise importunarlo. Con delicadeza y decencia él se había zafado del aprieto y era obvio que no quería ahondar más.

4.
- Libertador, volvamos al asunto de la muerte. Además de fantasear con las formas de morir ¿alguna vez trató de llevar esos pensamientos a la realidad?

Paseó sus ojos por el lujoso lobby. Miró a las personas que hacían check-in, a los que esperaban frente a los ascensores, a los que salían a tomar un taxi…; los espejos, el piso de mármol, y detuvo su mirada en el techo de madera tallada, como si buscara allí los recuerdos de sus momentos más oscuros. La gente pasaba junto a nosotros sin reparar siquiera en mi interlocutor. Si George Washington se sentara en la plaza Bolívar a dar de comer a las ardillas y a las palomas, nadie lo notaría –pensé.

-Me lleva usted a confesarle asuntos tan privados… sin embargo señorita, 200 años después creo que ya es hora de que me juzguen como un hombre de carne y hueso. En julio de 1812 viví  momentos terribles. Mi hermano Juan Vicente murió en un naufragio los mismos días cuando mi impericia y exceso de confianza me llevó a perder la plaza del Puerto Cabello. Mi corazón se hallaba destrozado. La derrota de Puerto Cabello me hundió en el abatimiento. Pedí perdón de todas las formas posibles a Miranda, le imploré que me diera una licencia para retirarme unos días, pero el permiso no llegó. Un día, estando solo en mi cuadra del cuartel en Caracas, puse la pistola sobre mi sien. En ese preciso instante entró un oficial con un mensaje urgente y confidencial. Apenas vio lo que estaba pasando, pero no se inmutó. Se limitó a cumplir su orden. Era una carta sin remitente que me ponía en alerta sobre una supuesta traición a la causa.

- Fue cuando se produjo la capitulación de Miranda… pero se dice que usted negoció la entrega del Generalísimo y que por esa razón Monteverde le dio una visa a usted y le permitió salir ileso de Venezuela.

-¡Carajo, el país de los rumores! –exclamó airado, golpeó el posabrazos del mueble con su mano izquierda, clavó sus ojos negros en los míos y frunció el ceño: ¡Yo no negocié nada con Monteverde, se-ño-ri-ta!

Dejé fluir un breve silencio entre los dos y le sostuve la mirada con respeto pero sin titubear, entonces en un tono más calmado y reflexivo dijo:

-Hoy me pregunto si en realidad Miranda intentó salvar la naciente iniciativa de Independencia cuando capituló ante los españoles. A veces creo que sí, que quiso darnos un segundo aire a quienes comandábamos la revolución patriota… Pero eso nunca se sabrá… Para nosotros, él entregó la primera República. Esas fueron nuestras evidencias.

-El psiquiatra y escritor venezolano Francisco Herrera Luque cuenta en un relato fabulado sobre usted que después de perder Ocumare de la Costa en el año 16 intentó quitarse la vida…

-¡Jejeje! Ese escritor era talentoso, debo admitirlo. Era un investigador acucioso. Quien sabe dónde y bajo cuáles circunstancias relaté esos hechos y él logró dar con ellos. Pues tal y como él lo cuenta en uno de sus libros, cuando fallé en la toma de Ocumare de la Costa y el ejército patriota perdió importantes dotaciones militares, estaba desesperanzado. Pensaba que ni la guerra a muerte, ni la apremiante convocatoria que hicimos a los esclavos para que se incorporaran al ejército a cambio de su libertad, ni el apoyo a veces expreso a veces velado de Inglaterra harían posible la Independencia. Mis hombres ya estaban dispersos, la flota de Brión que se suponía nos reforzaría en la playa había huido. Yo estaba perdido en mi nuevo fracaso. Caminé un rato por la playa, me recosté de una barcaza abandonada en la arena, desenfundé la pistola y una vez más la puse en mi sien. Esta vez sí halé el gatillo…

Bolívar gestualizaba sus recuerdos: imitó con su mano derecha un arma de fuego, la pegó contra su negra cabellera y se quedó mirando un punto fijo en la estancia del hotel, como si contemplara el horizonte de la playa. Entonces prosiguió:

-Un soldado que surgió de la nada golpeó mi brazo en el último instante y desvió la bala… A  veces llegué a sentir que el demonio dirigía las cosas de mi vida –murmuró con un tono lúgubre.

5.
-Entonces se fue a Haití…

-Así es. A raíz de esa estruendosa derrota me exilé en Haití, pero en esta ocasión la pobreza y la miseria en las que me tocó vivir se hicieron insoportables. Fue en Haití la última vez que tuve ganas de quitarme la vida, de acabar con las derrotas, los errores, la soledad, pero era tan miserable la pensión donde vivía que no tuve ni siquiera la privacidad para hacerlo dignamente.

-¿Soledad Libertador? ¿Pero cómo, si siempre estuvo rodeado de mujeres bellas y de hombres solidarios?

- Ay señorita se nota que usted apenas comienza a vivir. Hay muchas maneras de estar solo. Recuerde que desde niño carecí del más elemental amor de padres, crecí al amparo de tíos y tutores, perdí a mi amada esposa, perdí mis primeras batallas, perdí la primera y la segunda república. Me traicionaron los hombres en los que deposité mi confianza y mi amistad: Miranda, Piar, Páez y Santander –dijo, dejando tres puntos suspensivos en el aire.

-Libertador, ya me ha contado cómo deseó a la muerte y cómo el azar lo salvó varias veces, pero ¿presintió que cercanos suyos planeaban asesinarlo?

-En una guerra uno se espera la muerte en cualquier momento en el campo de batalla, pero la suerte de la guerra es impenetrable para los hombres. Fíjese usted, morí en una cama prestada, desamparado de mis dos patrias y enemistado con mis compañeros de combate.

Él mismo se dio cuenta de que no había respondido mi pregunta, entonces se enderezó en el sillón, aclaró la garganta y prosiguió:

-No me los imaginé. En 1815 en Jamaica me salvé un par de veces. Una noche, para distraerme un rato me fui con una amiga a caminar por la playa. Mi amigo Félix Amestoy me fue a visitar, pero como tardaba mucho se recostó en mi chinchorro. Pues vaya usted a saber que Pío, mi esclavo de toda la vida, se había vendido por unos pesos a una camarilla de españoles para matarme, tomó un cuchillo de destazar cerdos y arremetió contra el cuerpo dormido en la hamaca. Pobre Félix –dijo con tristeza al recordar el suceso.

-¿Y es cierto que una vez sus victimarios fueron a buscarlo en la pensión donde malvivía en Jamaica y resultó que ya lo habían desalojado por no pagar a tiempo?

-No debería avergonzarme ya a estas alturas por eso, pero resulta que sí. Un hombre con tanta fortuna familiar como yo, que crecí sin privaciones, que estudié en Europa, fue echado de una pensión por no pagar a tiempo. Cuando los asesinos pagados llegaron al lugar, yo ya no estaba –parecía que iba a continuar con el relato y de pronto otro recuerdo le atravesó la mente. ¡Ajá! Este cuento le va a entretener, pues en 1818, el año que conocí a Páez, sufrí otro intento de asesinato. Estábamos en un campamento en el Rincón de los Toros, en lo que hoy es el estado Guárico, y un español que se enteró del santo y seña se coló hasta la zona de dormir. Le preguntó al oficial ‘¿cuál es la hamaca de Bolívar?’ y el oficial le señaló con el dedo, entonces arremetió a disparos.

-¿Pero quien era el oficial, salió ileso o resultó herido?

-El oficial era mi querido Santander, quien pensaba que yo estaba en verdad en mi chinchorro, pero no era así. Y respecto a las heridas, otra vez la compañía de una dama me había salvado, pues me encontraba paseando por el bosque con una guajirita que conocí esa tarde.

-El atentado del año 28 siempre es el más destacado por los historiadores.

-Ah seguro que usted conoce la lista de los implicados, de la pena de muerte contra Santander que yo pido cambiar por la del destierro, pero hay algo que usted no conoce sobre ese atentado –indicó con un tono intrigante.

Se inclinó hacia delante, miró a los lados como para asegurarse que nadie más a parte de mí escucharía lo que iba a decir, y bajando el tono de su voz confesó:

- Ya sabe usted que Manuela, la Libertadora del Libertador fue la artífice de mi escape esa noche. Sin embargo, lo que usted no sabe es que esa noche ella me atendía un malestar del cuerpo que no me dejaba dormir. Recuerde que según el médico que habló hace un rato, para el año 28 yo ya estaba bastante envenenado con el agua del Perú ¡jajajaja!
Bueno, lo cierto es que cuando sonaron los disparos y el alboroto, yo me encontraba desnudo en la bañera y ella me leía la correspondencia del día. Al oír la bulla salté del agua y me vestí como mejor pude, pero me di cuenta de que no tenía mis botas, pues las había mandando a pulir.
Señorita, esa noche el Libertador de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú y fundador de Bolivia, saltó por la ventana del cuarto medio vestido de General en Jefe y ¡con botas de mujer!

-¿Cómo que con botas de mujer Libertador?

-Pues así es –me dijo en medio de su propia risa- ¡Me puse las botas finas de tacón de mi Amable Loca porque no encontré las mías y así salí huyendo de aquel atentado tan célebre! ¿Cómo le parece? –dijo aun entre risas.

6.
Yo tomaba notas a toda prisa en mi libreta. Apenas esbozaba palabras y frases: el amores de a ratos, la fortuna, Manuela, botas, soldados, traición, la muerte, la muerte, la muerte…

-La muerte –dijo de pronto como si él estuviera leyendo mis apuntes- fue mi compañera desde el día que nací. Mi padre primero, luego mi madre. Mi amadisimo hermano Juan Vicente. Me quitó también a la mujer que supo darme felicidad en medio de mis primeras derrotas militares, la extrovertida y fogosa Pepita Machado. Me arrebató a mi amigo entrañable, el Mariscal Antonio José de Sucre. Y nunca, jamás me permitió despedirme de ellos. En cambio, a mí me fue robando el aliento poco a poco, como quien ve caer las hojas de un árbol en otoño. Y aún así se ocupó de robarle minutos a mi Manuela, quien no llegó a tiempo a Santa Marta para darme el último beso.

No lloró. Se quedó en silencio recordando sus muertos, sus amores, sus amigos, sus despedidas inacabadas.
Yo pensaba en la muerte, tantas veces la muerte trató de llevárselo y no lo logró sino cuando el destierro de los españoles del suelo americano estuvo completo. ¿Y si Pío lo hubiera matado? ¿y si la bala hubiera roto su craneo en Ocumare de la Costa?

No fue sino hasta ese momento cuando noté que sus pequeños pies apenas tocaban el piso. Casi parecía un niño viejo. Era menudo, como un jinete de carreras. Se me ocurrió pensar que “con razón pudo calzar las botas de Manuelita” y me causó gracia el asunto.

-General Bolívar ¿si no hubiera muerto en Santa Marta, que habría hecho con su vida?

El Libertador emergió de la nostalgia, se arrellanó en el sillón y con una expresión libre de tristeza respondió:

- Me habría llevado a Manuela a Europa. Habría envejecido con ella lejos de tanta maldad y envidia que nos rodeó todo el tiempo desde que la conocí en 1822. Habría buscado a Flora, para ayudarla de alguna manera. Supe que ella pasó muchos trabajos. Habría vivido lo suficiente para leer las ideas de Karl Marx sobre mí, lo habría invitado a beber un café para aclararle sus imprecisiones sobre mi vida –hizo una pausa reflexiva y exclamó: ¡Al menos lo habría convencido de que existí! –y esbozó una sonrisa.

-A estas alturas de su muerte ¿De qué se arrepiente?

-Después de repasar mi vida con usted, después de revivir errores y aciertos, y después de lo que hemos visto hoy en esta convención… -quizá se arrepentía de haber mandado a fusilar a Piar, o de haber detenido a Miranda, o de no haberse casado con Manuela- pues me arrepiento de no haber sido más firme con mi mayordomo cuando insistía en darme a beber de esa agua de tan mal sabor! –y soltó la carcajada.

En ese instante sentí que me sacudían gentilmente el brazo izquierdo. Era uno de los organizadores de la convención para informarme que estaba por comenzar la ponencia del doctor Auwaerter, “como usted es de Venezuela pensé que le interesaría estar presente”, me dijo. Cuando volví la mirada a mi derecha, Bolívar ya no estaba.

Me quedé mirando el sillón vacío. Estaba confundida. Entonces noté que aún sujetaba la libreta de notas con mi mano izquierda. Al abrirla estaba en blanco.



Fuentes:


HERRERA LUQUE, Francisco: Bolívar en vivo. Otero Ediciones. Caracas-Venezuela, 2008.


HERRERA LUQUE, Francisco: El vuelo del alcatraz. Monte Ávila Editores Latinoamericanos. Caracas-Venezuela, 2006.


GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel: El general en su laberinto. Editorial Norma. Bogotá-Colombia, 2008.


GOÑI, Fermín: Los sueños de un Libertador. Rocaeditorial. Colombia, 2009.


PINO ITURRIETA, Elías: Simón Bolívar. Editora El Nacional. Caracas-Venezuela, 2009.


SANCHEZ ROCA, Mariano (compilador): Simón Bolívar. Obras Completas. Tomos I, II y III. Ediciones Lisama. Caracas, 1947.


S/A: Las más hermosas cartas de Amor entre Manuelita y Simón. Fundación Editorial el perro y la rana. Caracas, 2006.




PERIÓDICOS
Diario Tal Cual: Encarte aniversario “200 años de independencia. 10 años de periodismo claro y raspao”, Caracas, 30 abril de 2010.




PÁGINAS WEB:


http://manuelalibertadora.blogspot.com
Blog peruano sobre la vida de Manuela Saenz 


http://www.radioteca.net/verserie.php?pagina=1&id=3398 
Página ecuatoriana para el intercambio de producciones radiales. Serie “Entrevistas a Simón Bolívar”


http://perso.wanadoo.es/prensanacional/marx_contra_bolivar.htm: 
Página argentina para el intercambio de documentos. “Carlos Marx contra el Libertador Simón Bolívar”


http://simon-bolivar.org
Página venezolana sobre la vida de Simón Bolívar


http://www.youtube.com/watch?v=o1lXO7Yg_NU
Video digitalizado que muestra cómo se vería Bolívar en persona

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