Por Beatriz García
Llegando al Castillete nos topamos en el camino con una gran cantidad de basura vegetal, cocos, maleza, lianas entreveradas; se respira abandono. De la antigua puerta de la fortaleza no quedan sino algunas piedras sueltas.
Sale a nuestro encuentro una mujer baja, regordeta; nos detenemos a esperar que se anuncie o que nos diga dónde está Armando y si nos está esperando.
Eulalia nos acerca amablemente su mano derecha, franca, con un saludo desinteresado y haciendo una mueca muy venezolana con su boca señala hacia el lado derecho del camino y nos indica que él está allá esperándonos, “por allá es que sale“, dice.
-¿Caminamos?-, le pregunto.
- No, no vayan los dos, ve tú sólo- me responde enérgica.
Voy caminando hacia el otro lado de la casucha y ahí lo encuentro sentado de espaldas, en un catre miserable, su cabeza blanca, un hombre delgado, cara al mar, inmerso en sus pensamientos, barbudo como lo recordaba por las fotos, más flaco, envejecido… Pero “Claro si este señor ya es un anciano de ciento y tantos” .
-Buenas tardes Don Armando, vengo a hacerle unas preguntas…como una entrevista pues, espero no le moleste esta intromisión en su vida privada- dije .
Me miró de soslayo con sus agudos ojos café entrecerrados y casi creo que esbozó una sonrisa cuando me habló.
- Siéntese pues y empiece a preguntar hermano, a mí lo que me sobra es tiempo – dijo al fin.
Me acomodé en un taburete de madera que estaba en una esquina del cobertizo hecho con palmas, carraspeé mi garganta y comencé.
- Don Armando, ¿lo puedo tutear?, la primera pregunta es sobre su infancia y juventud, ¿cómo era su vida de joven en Valencia sin sus padres y en aquella casa de la familia Rodríguez-Zocca?
Me miró seriamente, volteó su cara de nuevo hacia el mar, suspiró y comenzó a responder.
-Mi estimado, como le explico con palabras lo que era para mí vivir sin mi madre… Yo nací un 10 de mayo de 1889, en Caracas. Mi madre se llamaba Dolores Travieso Montilla. Mi mamá no pudo con el fracaso de su matrimonio y económicamente no era fácil. Yo no sé si usted conoce algo de mi pasado o de mi vida, pero le digo, mi madre fue mi compañera y apoyo por muchos años. Apenas siendo un muchachito me mandaron para Valencia a casa de unos parientes a estudiar con los salesianos, que tú sabrás como son, más fregaos que los Jesuitas que siempre cargan con ideas politiqueras y distracciones. Esto era estudiar, prepararme y así iba de la casa al colegio cómo cualquier niño de la época, que era muy distinta a estos tiempos que corren ahora…
Don Armando hizo una pausa. Yo secándome el sudor lo escuchaba atentamente con mi lápiz y libreta en mano, anotando todo. Allí no había chance de grabar, me habían hablado del carácter eufórico del artista que era detonado por cualquier cosa imperceptible para nosotros los cuerdos, por eso no me quise llevar la grabadora. Siguió luego de un corto silencio.
- Mi tío Ricardo fue el que me inició en esto de los pinceles y los dibujos, prendió la llama del arte en mí y así me quedó grabado para siempre.
Nuevamente se detuvo por un momento y luego continuó.
- Josefina, su hija, mi prima, ella fue mi primer amor. Cómo modelaba para que yo hiciese mis primeros cuadros, nos divertíamos, yo pintaba en las paredes grandes formatos de retratos hermosos de las mujeres que comenzaban a regir mi vida. Primero mi madre, luego Josefina y hasta Juanita, que casualidad, ¿sabes que se llama Juanita la sirvienta de los Rodriguez -Zocca?
-Don Armando, cuénteme de las Juanitas de su vida y de su regreso a Caracas con su madre.
-Juanita, todos saben de Juanita, mi mujer, que compartió conmigo mis mejores años y que me aguantó también todos mis desmanes… Esta Juanita de mis primeros años era Juanita Carrizales, me modelaba, posaba en la casa de Valencia para mí y mi tío y así su rostro quedó grabado en las paredes de la casa. Por esos años me enfermé, unos fiebrones, quebrantos, y a mi tío no le quedó más que llamar a mi madre para que me buscara. Un medico de Valencia me diagnosticó fiebre tifoidea y así flaquísimo que me puse me llevaron a reposar a Caracas.
- Hay quién cree que esta es la razón de mi locura de más tarde… - dijo pensativo -, algún sabiondo salió con esa certeza.
- Por eso me vine a Caracas, lo que a mí me hacía falta era vivir con mi madre que me cuido como nunca. Qué te puedo decir, después mucho después es que aparece en mi vida la otra Juanita, la definitiva, mi compañera, mi amiga, la que vivió conmigo acá mismo en nuestro castillete.
Sigo sentado en el taburete, sudando a chorros, Eulalia ni se acercaba y yo soñaba con un vaso de limonada, una cerveza, algo que aligerara el sofocón.
Dirigiéndome al maestro le pregunte:
-¿Cómo fue ese encuentro suyo con Caracas?
-Como te contaba, me recuperé al llegar a Caracas y de inmediato me puse en contacto con varios amigos artistas, ya sabía lo que quería hacer. Ellos estaban bien relacionados y me hicieron inscribirme en la Escuela de Bellas Artes. Monasterios y otros más fueron mis compañeros incondicionales. No nos interesaba la política, vivíamos la vida bohemia y gracias a mis excelentes notas me gané una beca para ir a estudiar a España. Estuve en Barcelona y Madrid. Allí me fasciné con el maestro Goya, el Greco y Zurbarán. Después de ir y venir, en Paris estudié, pinté y conocí obras de impresionistas que eran fascinantes, pero yo no me conmovía del todo. Hasta pedí auxilio amenazando con tirarme al Sena si no me mandaban a buscar… será que ya empezaba esta cabeza loca mía a girar.
-Era tal vez un simple estudiante de arte de este país subdesarrollado y no podía entender a aquellos hombres cambiar la forma de ver el mundo, cambiar la forma de hacer arte… Ah, la sutileza de Monet.
-Al llegar por segunda vez a Caracas me di cuenta de que acá la cosa era diferente, que había mucho patrón que seguir, estaban pegados al Siglo de Oro Español y yo entonces parecía de avanzada…
-Me puse a dar clases y seguía pintando. Expuse varias veces. Luego mas tarde en la Universidad Central el fotógrafo, e intelectual, Alfredo Boulton que siempre me apoyó, me ayudó a montar una exposición, pero que va, si acaso con lo que vendí saldé deudas y podía pagarme la vida. Qué tristeza aquellos días de desconcierto en los que no encontraba como hacer entender a la gente lo que pasaba por mi cabeza.
-Pero usted se dio cuenta también que en el mundo del arte había que estar conectado, a veces hay que bajar la cabeza... ¿no?
-A ver, te explico, choqué con la realidad del que trata de abrirse paso con sus propias formas y estilos. Yo sentía que tenía que expresarme, yo escuchaba voces que me decían que era lo que tenía que pintar. Esas mismas voces que me llevaron a tener mi propia estética personal me llamaban hasta el fin, fíjate que a veces me tapaba los oídos con pedazos de tela para concentrarme mejor, pero no paraban.
-Yo no me transo por nadie ni para nadie, ni me daba la gana de seguirle la jugada a los que imponían el que hacer o no.
-Tanto fue que no bajé mi cabeza que me vine a Macuto después de haberme hecho muy amigo de Ferdinando. El fue justo el que me sugirió el uso del sol para encontrar esa luz blanca que trataba de llevar al lienzo.
-Entonces me vine con Juanita, poco a poco fuimos armando nuestro hogar, a nuestra medida.
-¿Por qué se aparta usted acá lejos de todos? Dicen que para hacerse el interesante. Hay quién dice que había un poco de payasada en todo esto. ¿Usted qué dice?
-Que digan lo que quieran, yo hice lo que me vino en gana. Vivíamos tranquilos, económicamente, siempre apretados tratando de vender mis cuadros, a veces mediante humillaciones en las que me hacía un poco el loco, sí, puede ser. En un momento fui el atractivo turístico de la Guaira, pero no me quejo, me lo disfrutaba. Puro teatro y algo se vendía. Yo pintaba mi sol, el color más importante en mis cuadros en esos días. Eliminé muchos colores de mis lienzos rústicos buscando la claridad y logré lo que casi ninguno, un blanco puro.
-Cuando se acabaron las modelos, Juanita me ayudó a armarme con unas muñecas que eran igualitas a ella. Pero de trapo, coleto, sábanas, yute. Yo les daba los toques finales, las maquillaba y las colocaba así como la Maja de Goya para pintarlas. Hay quienes sugieren que Juanita no quería que yo pintara a las muchachas de por acá, que le daban celos. Que piensen lo que quieran… Supe que hasta en Nueva York las han exhibido, ¿quién lo diría?
-Por último maestro, le pregunto algo delicado, ¿qué fue de usted en
esos años del sanatorio?, ¿qué pasó con lo que allí encerrado pintó?
-Fue muy triste para mí perder la razón, era por momentos hermano, te juro que por momentos estaba más lúcido que nunca y entonces pintaba mis cuadros, estos últimos reposados paisajes, la tranquilidad que me llenaba en esos ratos de lucidez...
-Después se me metió en la cabeza que quería hacer algo con toros, yo y los toros, así me encontró Yánez que fue a buscarme ese día en que me iban a trasladar al sanatorio. Yo amarrado a la cintura, me pasaban los toros por la cabeza, pensaba difuso pues, cómo te explico…. es que nadie sabe lo que es esa vaina…no es fácil…no fue fácil…
-No lo superé, después la hemorragia cerebral, la máscara, la tumba para siempre. Mi castillete abandonado.
Pensativo, mirando el mar, Don Armando movió su cabeza renegando, confirmándome lo difícil que le había tocado…
Había sido un genio atrapado en un país tropical, bananero, más que nunca obsoleto en el aprecio de los artistas,verdaderas insignias de nuestro arte...
Y allí estaba de visita por su Castillete invadido por Eulalia y por otro trajín de mendigos, abandonado, olvidado.
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