Por Marielena D Enjoy
La oscuridad se vuelve tangible, su densidad penetra mis poros tocando mi alma. Me puse a llorar. Aunque no logro ver nada, sé que no estoy sola, es mucha la gente que hoy apareció por aquí.
Puedo sentir el asombro de mis compañeros de mesa a través de las manos conectadas como grandes eslabones.
A mi izquierda esta Cristina, quien a pesar de tener creencias embauladas decidió compartir conmigo esta experiencia insólita.
A mi derecha se encuentra alguien que dice ser vidente, no recuerdo su nombre. Parecía ser hermano de quien era la figura principal de este encuentro, Doña Betsaida, una mujer completamente temida en el barrio por ser quien a voluntad bajaba al inframundo a convocar seres en penumbras.
Él era quien nos daba instrucciones, con su mano fuertemente asida a la mía me subía a tierra toda vez que me dejaba llevar por el silencio.
Un golpe fuerte me hizo abrir los ojos, alguien respiraba detrás de mí, mi mano derecha crujió ensordecida.
—Hola— me dijo entre tanta gente. Aunque su voz me sonaba extraña, sabía perfectamente a quien pertenecía.
Lo negro tapó mis lágrimas, Cristina intentaba animarme con sus dedos.
—Perdón— dije entrecortada —. Estoy emocionada.
Transcurrieron unos minutos sepulcrales, logré calmar mis ansias, volví a pedir perdón.
Sentí que de mi izquierda me clavaban dos cuchillos en mi pecho, pero yo ya conocía el filo de los juicios, estaba acostumbrada a eso.
—¿Te ayudo un poco? — me dijo para calmarme —¿Por dónde quieres que empiece? Nací en Rubio en 1922, por lo que este año estaría cumpliendo 89 años. Se dice rápido verdad.
—Quisiera hacer algunas pregunta, pero me gustaría me respondiera con lo primero que cruce su mente, ¿vale?
—Vale.
— ¿Quiénes son todas estas personas que lo acompañan?
—Son mis sombras— respondió con tono triste —. Deudas de ese fatídico febrero de 1989.
—¿De quién fue la culpa?
—Mía, supongo.
—¿A quién absolvería?
—A Ítalo, acataba órdenes.
—¿Quién cree usted que lo traicionó?
—Algunos ocupan ya un espacio aquí a mi lado, otros aún pertenecen a tu mundo, y peor aún siguen negociando vidas políticas a su conveniencia.
—¿Adecos?
—Y quién más.
—¿Por qué nunca lo extraditaron?
—Quizá negociaron sus culpas.
—¿Pudo ver a quienes fueron a darle su último adiós?
—Sentí una gran tristeza al verlos. Muchos de los que lloran hoy mi partida, fueron los que ayer me condenaron.
—¿Se sacrifican líderes?
—Se sacrifica el país. Andrés Velázquez, Salas Romer, por supuesto yo. ¿Qué crees tú le está pasando a Leopoldo? Más de lo mismo.
—¿Qué nos queda?
—Despertar, entender que la falta de liderazgo y la depresión que eso genera es una estrategia.
—?Por qué?
—Porque deprimidos somos autómatas, nos volvemos esclavos, sin fuerzas suficientes para actuar.
—Y usted ¿No fue parte de eso?
—Sí, me nutrí de eso, crecí, caí, perdí mi cordura.
—¿Le quedan facturas pendientes por pagar?
—Mira a mí alrededor.
Sentí pena, a mi lado una mano sacudió mi cuerpo haciéndome volver al ahora. No pude despedirme. Cristina se soltó incorporándose ruidosamente. Doña Betsaida respiraba con esfuerzo, una voz perteneciente a este mundo nos pidió salir a la vida. Cristina no dijo nada. Afuera me quité los zapatos, en un impulso desesperado por ponerme en contacto con mi voluntad.
—No somos más que marionetas— concluí.
Fuentes
• http://es.wikipedia.org/
• http://www.latribuna.hn/2010/12/30/carlos-andres-perez-felipe-gonzales-y-una-historia-inedita/
• La rebelión de los Náufragos, de Mirtha Rivero (Editorial Alfa),
• http://www.lobuenoylomalo.co.cc/2010/12/ya-don-cap-callo.html
• http://lacomunidad.elpais.com/juicio-a-la-noticia/2010/12/28/cap-quienes-mataron-lamentan-su-muerte-y-entonces-
• http://www.noticias24.com/actualidad/noticia/1776/salas-romer-saca-el-hacha-de-guerra/
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